Hay mujeres que no han recibido un golpe en su vida.
Y, sin embargo, tiemblan cuando oyen cerrarse una puerta.
O bajan la voz cuando explican algo.
O sienten que tienen que pedir permiso para existir.
Hay violencias que no se ven.
Que no hacen ruido.
Que no aparecen en los telediarios ni en los informes policiales.
Pero están.
Están en la mujer que lleva años sin decidir ni una sola cosa por sí misma.
En la que no puede salir sola sin que haya una llamada, o tres.
En la que dejó de estudiar porque él se sentía “menos hombre” si ella avanzaba.
En la que duerme al lado de alguien que nunca la ha tocado con ternura.
En la que no se atreve a tener dinero propio.
En la que no puede expresar un “no” sin que todo se convierta en amenaza.
Hay violencias que son palabras.
O la falta de ellas.
Que son decisiones pequeñas que alguien toma por ti cada día.
Que son desprecios constantes.
Ironías.
Mofas.
Miradas que cortan más que un grito.
Y duele.
Claro que duele.
Duele no sentirte libre en tu propia casa.
Duele cuando lo que vives no tiene nombre, y por eso crees que no es real.
Duele cuando te dicen que exageras.
Cuando tu tristeza se vuelve muda de tanto pedir comprensión.
La violencia psicológica, económica, simbólica o sexual en la pareja no siempre deja moratones.
Pero sí deja grietas.
Y esas, aunque no se vean, también duelen.
A veces duelen toda la vida.
Por eso es importante mirar más allá.
Escuchar cómo habla una mujer de su día a día.
Cómo camina.
Cómo cambia su cuerpo, su tono, su risa.
Porque lo que no se ve, también necesita ser nombrado.
Y atendido.
Y reparado.
Lo que no se ve también duele
20/12/2025
Actualizado a
20/12/2025
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