Hace unos días me vi envuelta en un conflicto con un individuo que no conocía de nada. Yo iba en mi coche y él en el suyo, por la Avenida Fernández Ladreda. Su coche, no sé de qué marca era, porque no entiendo ni un poco de ese asunto, pero tenía buen aspecto y hacía mucho ruido. El mío es un coche discreto, de gama media que todavía no he acabado de pagar.Como todo el mundo sabe, en esa Avenida hay un montón de rotondas que cumplen su función divinamente, ralentizando el tráfico y distribuyéndolo ordenadamente por las calles aledañas. El tipo y yo nos encontramos en paralelo justo al acceder a la primera rotonda. Me fijé en el porque, parados como estábamos, aceleraba el coche haciendo mucho ruido. Pronto descubrí que su juego consistía en ir a una velocidad de locos de una rotonda a otra, y allí se paraba hasta que conseguía entrar para acelerar en el siguiente tramo.La verdad es que cuando salió de la Plaza de Toros tan lanzado, pensé que lo iba a perder de vista. Pero al verle a mi lado en la segunda rotonda con su coche rugiendo como si fuera un reactor, pensé en lo inútil e innecesario que era todo aquel espectáculo… y lo peligroso. Además llevaba la música a todo volumen. Un chun tachun ta, de difícil digestión. Por segunda vez como una bala se metió en la rotonda, saliendo de ella como un veneno.El último tramo, el del Carrefour, fue el más agresivo; hubo pitidos y una situación de riesgo grave en la que me vi envuelta. Volvimos a coincidir en paralelo al final de la recta. Nos miramos por tercera vez. Mi cara, esta vez, indicaba un cabreo monumental. Era joven, con unas gafas oscuras tipo Ray-Ban, el pelo engominado y peinado hacia atrás con los laterales muy, muy cortos, la camisa desabrochados tres o cuatro botones. Los ollares abiertos como si todo el aire fuera poco. No me dio la gana de disimular mi expresión y él, divertido, bajó la ventanilla del acompañante, que era la que más cerca quedaba de mi coche, dejando escapar su reguetón a todo volumen.
- ¡Qué te pasa puta!
Su voz se sobrepuso a todos los acordes. Por un instante pensé que estaba interpretando un verso de la canción, pero pronto me percaté de que se dirigía a mi.
- A ver si aprendes a conducir, chiquitín. Tanto coche pa´na.
Grité con todas mis fuerzas. El mensaje llegó nitido. Y dentro de aquel coche se desataron todos los demonios. Se retorcía en su asiento como si le hubiesen inyectado nitroglicerina en la yugular. Tan pronto se agarraba sus partes con la mano como estiraba el dedo anular golpeándose con la otra mano el doblez del codo. Gritaba como un descosido, yo no le oía bien, porque había vuelto a subir mi ventanilla, pero imaginaba que me seguía llamando puta porque cada poco estiraba el morro en esa mueca que hacen los labios al pronunciar “pu”. De pronto se liberó del cinturón de seguridad y abrió la puerta. Yo me concentré en la conducción y en un pispas me había absorbido el tráfico dentro de la última glorieta mientras le dejaba allí con un palmo de narices. Para conductora diligente, yo; muchos años al volante y calma de la mejor calidad. Di un par de vueltas a la rotonda hasta que le vi zumbando como un moscardón por la salida de Villa Obispo.Supongo que si no llego a tener la oportunidad de salir de allí, aquél tipo me hubiese dado un par de puñetazos y quién sabe si alguna patada que otra en la barriga. Me podía haber callado, lo sé, y haberme evitado el riesgo a ser agredida físicamente. Pero no está en mi ánimo callar. Nunca renunciaré a decir lo que pienso, pase lo que pase. Se lo debo a todos aquellos que siguen desaparecidos en las cunetas de media España, a todas la víctimas de violencia de género, a todas las silenciadas, a todas las torturadas, a todos a todas ... Y a todas las putas, porque si voy a tener que pasar por puta, que sea diciendo lo que pienso.Ahora hay una concentración de violentos en Torre Pacheco. Intolerantes y endemoniados, embebidos en sus consignas miserables, en su ruido, en su ignorancia indecente.
Mientras nosotras, las cuñadísimas de España, estamos absortas en cómo se restriegan nuestros políticos sus trapos sucios. Un salseo glorioso. La culpa es de este, la culpa es del otro. Y resulta que no es una cuestión de políticas; creo que no hay que engañarse con esto, es una cuestión de NO política. Allá donde falta ideología (y sobra adoctrinamiento), acampan los violentos.