14/01/2024
 Actualizado a 14/01/2024
Guardar

Estimado lectores: todos los que os acercáis a estas letras, vais a leer, en un breve artejo de opinión –uno más de mis humildes escritos domingueros más proclives a la prosa informativa o crítica que a la reflexión poética–, unos sencillos versos que instan a la meditación sobre un mundo, el actual, donde el valor de «tener» y «destruir» se ha impuesto al valor de «ser» y «construir». Donde divinizamos un consumismo revestido de positivismo progresista y dominado por ese poderoso caballero que es don dinero; pero no por la limpieza de las aguas, de los bosques y de la atmósfera; esto es, el encanto de las cosas simples, de las pequeñas nadas. Denominamos progresar y engrandecer a talar un bosque, horadar la tierra, emponzoñar los ríos, los mares, la atmósfera. Por lo tanto, un mundo, el nuestro, desinteresado o ajeno al deleite de los elementos naturales más puros y elementales; todo ello a causa del papel despreciativo del hombre a su entorno natural que es, paradójicamente, un menosprecio a sí mismo. La degradación del hombre corre pareja, pues, con el de la naturaleza. Una mirada a los arroyos, mares, lagos y ríos lo denuncia. Cuando las aguas discurren contaminadas es porque el espíritu del hombre está contaminado. 

Extraño ser este bípedo con alas de ángel y tridente de demonio. Ha querido el hacedor de su ignoto origen que en él haya un mucho de bestia para que pueda dominar el mundo con armas cada vez más poderosas de destrucción masiva; y un poco de ángel para que no pierda la esperanza en otro sobrenatural de cuya existencia es evidente que cada vez menos le asiste la creencia. 

Esta versión negativa, tanto natural como sobrenatural, del mundo occidental y que actúa como modelo para el resto del mundo, me recuerda el siguiente espantajo tétrico que nos describió nuestro barroco escritor Baltasar Gracián en El Criticón, su obra capital, ajeno entonces al agravio natural venidero que ahora nos domina: 

«Todo cuanto hay se burla del miserable hombre: el mundo le engaña, la vida le miente, la fortuna le burla, la salud le falta, la edad se pasa, el mal le da priesa; el bien se le ausenta, los años huyen, los contentos no llegan, el tiempo vuela, la vida se acaba, la muerte le coge, la sepultura le traga, la tierra le cubre, la pudrición le deshace, el olvido le aniquila, y el que ayer fue hombre, hoy es polvo y mañana nada». (Primera Parte, Quinto Fragmento, Crisi VII)

El humilde poema final que cierra este artículo es –permítaseme el juego de palabras– un «canto» al «desencanto» del hombre con la naturaleza y, en consecuencia, un canto y desencanto contra sí mismo, pues el hombre, mal que le pese a su orgullo y a su soberbia, también es naturaleza que nace, crece y muere. Un canto y desencanto, pues, a la inconsciencia de su propia finitud: 

«Si os cansa el canto de los pájaros / como el gallo pregonar la madrugada, / decidme, entonces: / ¿por qué teméis la muerte? / Si os molesta el discurso de las aguas / cuando brinca por torrentes y cascadas, / decidme, entonces: / ¿por qué teméis la muerte? / Si el batir de las ramas os aturde / cuando el viento las mece en la mañana, / decidme, entonces: / ¿por qué teméis la muerte? / Si a la vista luminosa de los astros / solo el vicio de poder os empalaga, / decidme, entonces: / ¿por qué teméis la muerte? / Si en el vasto silencio de la noche, / no os roe el misterio de ser en las entrañas, / decidme, por favor, decidme entonces: / ¿por qué teméis la muerte, / si ya estáis muertos y no sois nada?».

 

Lo más leído