No, no me gusta el rap, a pesar de que en mi pueblo haya un chaval que lo canta y que, por lo visto, no lo hace nada mal. Cada vez que escucho la palabra rap, me imagino a un negro, grande como un castillo, con panza, veinte collares de oro colgados en un cuello que no existe, gorra de béisbol puesta al revés y que mueve la mano que está libre del micrófono como un orangután practicando el viejo vicio del onanismo. No, no me gusta el rap, porque las mayoría de las canciones son en inglés y no me entero de lo que dicen y la música es más hortera que el Travolta bailando en ‘Fiebre del sábado noche’. Aún así, estos días me impuse la penitencia de oír las que canta Pablo Hasél, ese que han metido en el trullo. La verdad es que no me extraña que lo enchironaran, pero no me explico por qué no lo han hecho en el majaril en vez de en la cárcel: el pobre está de la puta cabeza. Aún así, no me parece bien. Cada uno es libre de escribir, pintar, esculpir o cantar lo que le salga de los huevos. Esta es la esencia de cualquier sociedad moderna que se considere libre y democrática. Luego la gente, que es soberana, puede hacerle rico, escuchando sus canciones o leyendo sus libros o pasar de él como de la mierda.
Anda el patio revuelto estos días a cuenta de esto. Muchos políticos, aún formando parte del gobierno de coalición, han puesto el grito en el cielo y han apoyado y alentado las manifestaciones que se están produciendo, mientras otro político, que también está en el mentado gobierno, manda a las fuerzas de seguridad a repartir hostias entre los revoltosos. La sociedad y los medios de comunicación, a su vez, se posicionan según su ideología y se está montado un follón del que, por desgracia, no se ve salida.
Los que están metidos en las algaradas son, en su inmensa mayoría, jóvenes desencantados y hartos de las sucesivas crisis económicas y que no ven ninguna salida digna en el porvenir. Además son ‘antifascistas’. Ser ‘antifascistas’ es poseer, sin pedirlo, un carnet que te abre todas las puertas en la política y que te exime de responsabilidad por más que la prepares como Amancio. Puedes romper escaparates, tirar piedras a la madera o quemar media ciudad que no te pasará nada. Nadie, ni los cuerpos y fuerzas de inseguridad del estado, ni los jueces, ni Dios bendito, se atreverá a tocarte ni un pelo. Estás inmunizado contra todo tipo de virus y bacterias que tengan que ver con el pensamiento y la acción. Nada nuevo bajo el sol. Desde los años sesenta del pasado siglo hasta hoy, todos los jóvenes desde los diecisiete hasta los veinticinco años, hemos salido a la calle, aprovechando cualquier excusa, para protestar contra todo lo que considerábamos viejo, nostálgico o anacrónico. La diferencia es que la policía ha ido cambiando a lo largo del tiempo. ¡Quisiera ver a los chicos que hoy están en la calle peleando contra los ‘grises’ de entonces! Ellos, con el resabio adquirido durante cuarenta años de gobierno del General, primero daban y luego, a lo mejor, te animaban a disolverte. Una vez, hasta entraron en la Catedral a perseguir a cuatro gatos que habían buscado refugio en ‘suelo sagrado’, costumbre que se remontaba desde la Edad Media. A parte de una nota de protesta, muy liviana, del obispado, no pasó nada.
Lo que parece que no han comprendido los alborotadores que tienen acojonada a Barcelona o a Madrid, es que están siendo utilizados y manipulados. A cuenta de defender la ‘libertad de expresión’ (lo cual es muy loable) sirven de carne de cañón para que los políticos diriman sus desacuerdo en las calles y no en el parlamento. Esta gente, algunos políticos, se hartan de decir que España no es una democracia. Un país que ha encarcelado al expresidente del Banco Mundial, al cuñado del Rey y a una jartá de chorizos y ladrones que se amparaban bajo las siglas de los dos partidos que han mandado en el país desde 1982, algo, cree uno, ha hecho bien. ¡Ya les gustaría a los franceses o a los italianos que se hubiera hecho lo mismo en sus países!
Mientras tanto, nos estamos olvidando de que en España sigue muriendo gente, mucha gente, por culpa de una pandemia que no logramos vencer. Sólo en León, este mes de febrero, la han palmado cuarenta personas a la semana. Seguimos rezando para que no nos toque a nosotros, que es, por lo visto, lo único que podemos hacer.
Si los políticos se preocupasen de esta cuestión y se olvidasen de todas las otras mariconadas que les preocupan, estaríamos mejor. Pero son incapaces de hacerlo. Los muertos les importan una mierda. Son daños colaterales, como en una contienda, cuando deberían ser lo único que importase.
Salud y anarquía.

No me gusta el rap
25/02/2021
Actualizado a
25/02/2021
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