El cumpleaños es ocasión para la alegría y el intercambio de parabienes. El de este año de la Constitución de 1978 no es el caso por desgracia». Estas eran las palabras con las que comenzaba Francisco Sosa Wagner su artículo del pasado 5 de diciembre, publicado en Expansión. Y no le faltaba razón a D. Francisco, pues no les descubro nada al decir, que el domingo pasado asistimos a un 42 aniversario de la Constitución sumamente polarizado, presidido por acusaciones mutuas del gobierno y oposición de poner en peligro la Carta Magna.
Cuando allá por mis años de universidad estudiaba la estructura de nuestro ordenamiento, en el modelo de la pirámide de Kelsen, posicionando en la cúspide a la Constitución, comprendí su significado como supremacía sobre los tres poderes y como garantía de un mínimo común denominador para toda la sociedad. Un mínimo común denominador que ahora veo con cierta inquietud peligrar, cuando en el arco parlamentario se sube el tono con anuncios de referéndum de autodeterminación para Cataluña o un futuro republicano para el País Vasco y Navarra incrementando la presión sobre los pilares de la Constitución como fundamento y marco regulador, que establece fines y sobre todo garantías.
Confieso que una no es muy dada a los cambios, y que al hablar de la Constitución me va al dedillo el breve poema con que Juan Ramón Jiménez comenzó su libro ‘Piedra y Cielo’, «¡No le toques ya más, que así es la rosa!». No me entiendan mal, soy consciente de que es conveniente y aconsejable un cierto ‘chapa y pintura’ una vez superados ya los cuarenta, pero de ahí a que los cambios den al traste con nuestra Constitución, sobre la manida frase que cada vez oigo de forma más recurrente («yo no la voté »), va un trecho.
Probablemente el régimen autonómico asentado por nuestros constituyentes precisa una fina y cuidadosa revisión y, si me apuran, visto lo visto tras los estragos del maldito virus, no estaría de más perfilar y concretar un régimen claro de poderes para los estados de emergencia sanitaria. Eso, por no entrar en el meollo del sistema electoral, de cuyos polvos vienen los actuales lodos, o en la imperiosa necesidad de fijar constitucionalmente los principios del uso de las tecnologías y la aquejada transparencia que se demanda actualmente. Ciertamente estos son algunos puntos, que tildarse de algo más que de pequeños retoques de ‘chapa y pintura’, pero bien podrían llevarse a cabo sin aniquilar lo asentado ya, si realmente tuviéramos una clase política a la altura, comprometida por el consenso y no centrada en intereses partidistas.
Mantenía el Profesor Santiago Muñoz Machado, quien sin duda resulta investido de más solvencia que una servidora para dar con la vacuna constitucional, lo siguiente, «centremos el esfuerzo de reforma en arreglar las piezas defectuosas, que son bastantes, y en tratar de aliviar las inquietudes y reclamaciones de algunos poderes territoriales, tantas veces planteadas sin fundamento o respondidas sin imaginación y con mezquindad. Arreglemos nuestra debilitada organización; la territorial y la general del Estado. No es difícil conseguirlo, sin necesidad de cambiar el modelo. Hay que pensar, preparar soluciones y negociar hasta alcanzar el consenso; por ese orden» (Muñoz Machado. S, (6 de diciembre 2016), La Constitución Perpetua. El País. https://elpais.com/elpais/2016/12/04/opinion/1480878789_856402.html). Poco han llegado estas palabras al actual arco parlamentario, que en muchas ocasiones tengo la impresión, no piensa, negocia por intereses partidistas y rompe aún más el consenso social de aquel 1978 y que hoy muchos se afanan en desacreditar.
«¡No le toques ya más, que así es la rosa!».

No la toques más, que así es la rosa
08/12/2020
Actualizado a
08/12/2020
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