Es habitual que los fines de semana la capital leonesa reciba un buen número de visitantes. Turistas, dicho de forma genérica. Y es frecuente, asimismo, que, en su mayoría, provengan de la capital de España y de las tres provincias vascas. O, al menos, esa es la sensación que se palpa por el centro de la ciudad –la calle Ancha es el termómetro primario de esta temperatura foránea- y en las zonas populares de alterne, cuales son el bautizado como Barrio Romántico y, naturalmente, el acogedor y singular Barrio Húmedo, lugar al que acuden una gran parte de los viajeros.
De manera redundante surgen en las conversaciones –y en las preguntas de los curiosos que se llegan a la zona- el por qué de Húmedo, cuando se trata de una titulatura que no se recoge como indicativa de dirección en señalética alguna. Y, entonces, heredadas, comienzan las conjeturas. Las cábalas. Que si se debe a un periodista local de especial recuerdo; que si fue un cronista oficial de la ciudad, quien lo popularizó por su cercanía a la barriada de la había sido vecino. Que si fue porque se derramaba el vino de las pipas, cuando el morapio se trasegaba al interior de los establecimientos y, por perdidas involuntarias, ‘humedecía’ el suelo. Incluso algún guía turístico ha llegado a afirmar que por allí, ‘in illo tempore’, pasaba una presa y de ahí el empapado de la calzada.
Sin embargo, el Húmedo, que antaño se circunscribía en la práctica a la plaza de San Martín y sus afluentes urbanos -a los que se sumaban la Plaza Mayor (Casa Benito) y Escalerilla- no fue siempre una concentración de bares como a la fecha. No era tan ‘húmedo’. La plaza, rotulada en su tiempo como de las Tiendas, conjugaba una serie de establecimientos ajenos a la hostelería, que daban otra vida al barrio sanmartinero. Y otro aspecto más dibujado y típico de antiquísima zona vecinal.
Y tanto era así, que en la parte oriental de la plaza se asentaba la zapatería de los Canuria, donde se hacían composturas y calzado a la medida. Todo un clásico del gremio. A su lado, la peluquería de caballeros Montaña, también muy reputada por los parroquianos del enclave. Unos metros más allá, y en el interior de un portal -aunque con escaparate cóncavo a la calle- un pequeño taller-tienda en el que se vendían y arreglaban estilográficas y encendedores. A continuación, una joyería, si bien la plata era su especialidad principal, y, seguidamente, un negocio de muebles. Por último, y haciendo esquina con la calle Plegarias, "la muy acreditada y conocida" droguería y perfumería La Fe, hoy establecimiento de embutidos. En el norte de la plaza abría sus puertas la Imprenta Saturnino, muy respetada en toda la ciudad. Y al poniente, el quiosco de María, anexo a la Casa de las Carnicerías, y un almacén de drogas, con vuelta a la calle Zapaterías. Queda claro, entonces, que no todo eran bares y tascas. Y había otra vida.