Nunca sabremos si fue casualidad o no, pero que el adelanto de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el caso del fiscal general del Estado se hiciera un 20 de noviembre tiene su enjundia y nos permite hacer cierta comparativa entre lo que es una dictadura y una democracia.
Retrocedamos cinco décadas e imaginémonos que, ante un juicio que se está llevando a cabo, sale Franco en el NO-DO y dice públicamente que el acusado es inocente. ¿Creen que algún tribunal de la época se atrevería, aunque tuviera pruebas suficientes, a contradecir al Generalísimo y dictaminar que el acusado es culpable? Pues ahora volvamos a la actualidad e imaginémonos a un presidente del Gobierno de una democracia exponiendo públicamente que un cargo elegido por él y que está siendo juzgado considera que es inocente, y resulta que la sentencia le contradice y es condenatoria. Pues sí, estamos ante la diferencia abismal entre dictadura y democracia. Pero, por lo visto y oído, hay gente a la que eso de la separación de poderes no les convence del todo. Bueno, mejor dicho, no la aceptan cuando perjudica a los suyos o a sus intereses ideológicos, pero cuando les es favorable sí la ponen en valor.
Asimismo, el vivir en una democracia también te permite exponer públicamente que no compartes una sentencia judicial. Faltaría más. Pero de no compartir a insinuar o bramar en contra de los tribunales, sacando del ataúd a Franco y poniendo en duda la independencia de la justicia, hay una diferencia abismal y muy peligrosa. Y más si cabe cuando sale de la boca de responsables políticos, que precisamente, si algo tienen que hacer, es no deslegitimar al poder judicial.
Tan bajo ha caído gran parte de la política de nuestro país que, sin ningún tipo de rubor, se dedica a alabar la independencia de la justicia cuando el fallo les favorece, para después criticarla si una sentencia les deja con las vergüenzas al aire. O aceptamos las reglas del juego y asumimos que las decisiones de los tribunales españoles y europeos, nos gusten o no, deben asumirse como válidas, o nos vamos a las barricadas y nos matamos a tiros. Partiendo de que la justicia no es perfecta y también comete fallos, nuestros políticos no deberían pasar más allá del “respeto la sentencia, pero no la comparto”. Y, ojo, los que ahora aplauden la sentencia del Tribunal Supremo, que luego no inventen conspiraciones judeomasónicas si el novio de Ayuso es condenado o el hermano y la mujer del presidente del Gobierno son declarados inocentes. Y a la inversa, lo mismo.