Así que me vuelvo con la sal y el gel y con la sensación de no haber sido capaz de que comprendieran la investigación que estaba llevando a cabo, que vuelvo a situar para los rezagados y que básicamente trata de comprobar las hipótesis de la Junta y la Diputación sobre el desabastecimiento de los pueblos, una de las partes fundamentales del método científico. Matizando que mientras la Administración –¿cómo no?– se refiere a la parte capitalista, perdón, quiero decir al tejido comercial de la provincia, yo me refiero a la parte solidaria, bueno, vamos a decir del votante de a pie. Las evidencias, como ya habrá podido comprobar el avezado lector, no son definitivas, ni precisas, ni exhaustivas, ni reveladoras, ni siquiera relevantes. Pero las escribo. El caso es que mientras en el pueblo tocando a la puerta de Yamina y Antolín conseguí un quemador del gocho, sal, gel, una corra de chorizo, dos cebollas, media hogaza, una botella de vino, una llave inglesa, un leño para la cocina y el periódico con la columna del otro lunes, en mi comunidad de vecinos de León, tocando cinco puertas, conseguí sal y gel –en menor cantidad que en Secos– y ‘presté’ un mechero del Bar Samua, dos Mahous, un taper de macarrones y dos ratos largos discutiendo sobre el Gobierno y el derecho a que yo saque a la vecina en mis columnas autoficcionadas.
Pensará el incisivo lector que tal vez la disparidad de resultados entre la muestra del pueblo y la de la comunidad de propiedad horizontal radique en factores externos a la investigación como la estima que me puede tener quien me ha visto crecer en estado semisalvaje y quien tiene que porfiar conmigo por el color del pasamanos de la escalera. Pues si tan incisivo es el incisivo lector y si tiene pueblo le invito amablemente a que repita el experimento por sus medios y la próxima semana compare sus conclusiones con las mías, las de la Junta y la Diputación y las de todo el que se quiera sumar al asunto.

No dan abasto (II)
24/09/2018
Actualizado a
09/09/2019
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