Domingo Llamas era un labrador sin tierras. Pero cada año plantaba árboles frutales en aquellas que trabajaba. Y aquellos árboles eran suyos. Menos un manzano que plantó en la huerta del Cura, que era el manzano de Cobi, porque era su sobrina quien siempre le preguntaba por él y se acercaba a recoger del suelo las manzanas caídas. El hijo de Domingo Llamas, el cronista, aprendió el oficio, y, siendo poeta, fue plantando versos, y hubo uno, titulado "No amanece", que arraigó en los corazones de los lectores convirtiéndose el autor en "El del No amanece"
El pasado martes, día 11, se celebró una "tenida" en torno a este poema en la Casa de León en Madrid (Calle del Pez nº 6) en la que unos cuantos devotos de la amistad y de la poesía, guiados por Margarita Alvarez, glosaron las circunstancias de aquellos locos de los 60 del pasado siglo que "ficieron" la revista Claraboya. Llamas, el del No amanece, leyó, evocó, lloró y hasta cantó, ante aquella asamblea de sabios, y arropado por Merino, desgrano versos y recuerdos que iban dando fe de aquella aventura de un grupo de jóvenes leoneses de entonces, disconformes con la realidad aquella. Y, como no queremos dejar al lector con la miel en los labios, transcribimos aquí el poema, tomándolo, no de la revista Claraboya donde salió por vez primera, sino del libro titulado No Amanece, editado por el ILC en su famosa colección Provincia en 1984:
No amanece./ Pasan los días y no amanece./ Pasan las nubes sobre el mar / y no amanece,/ Nos dijeron que el mundo caminaba hacia una luz,/ que todo estaba en su sitio./ Nos dijeron que detrás de la noche vendría el alba / y detrás / el amor./ Mas se alarga la noche y no amanece./ Trabajamos en la noche/ nos odiamos, caminamos/ con los brazos en alto./ Despertamos en la noche y vemos sombras / de otras sombras que también caminan en la noche/ y no amanece./ Despertamos con los puños cerrados,/ vamos bajando la voz cada vez más / cada vez más. / Cada día trabajamos en la noche/ tropezando con los muertos y los ciegos/ recordando/ respirando esta noche pegajosa que nos ama / como a bellos esclavos. Y no amanece. / Pasan las horas del la noche / y no viene el alba. Pasan las nubes/ y no hay nadie entre nosotros / que se rompa el corazón para que pase la noche;/ no hay nadie que se indigne / hasta cortar las raíces. No hay nadie que reuna los gritos. Nadie"