El asunto de Feve en León es un rosario de despropósitos. Unos por otros la casa sin barrer –y sin recoger– y la estación ferroviaria, que exhibe sus respetos edificados en la calle Renueva, más mortecina que una vela al término procesional de la Dolorosa. Cada equis tiempo salta la liebre de las protestas y, después, con las pancartas enrolladas y los ánimos encapsulados, todos para casa. El tren sigue finalizando en el barrio de la Asunción para incomodidad de los viajeros, y vengan días y caigan ollas. Este es el resumen de un absurdo enloquecido, que, como se decía antes –cuando se dejaba a un lado lo aconfesional– no tiene perdón de Dios.
Muy pocos saben que allá por 2012 se pudo obrar el milagro de que el tren llegara, por fin, al centro de la ciudad. La compañía de vía estrecha estaba presidida por Marcelino Oreja, hijo, quien había sustituido en el ‘oficio’ al leonés Ángel Villalba. Cambio de Gobierno y cambio en los organigramas públicos de cualquier índole y condición. Rajoy, como es sabido, ya habitaba en La Moncloa desde diciembre de 2011. Y fue por aquella, a principios del 12, cuando más cerca se vio que los cielos se abrirían. Al menos se palpó la esperanza.
Oreja, un hombre cercano en lo personal, llegó a León y fue recibido, en el Ayuntamiento de Ordoño II, por el entonces alcalde de la ciudad, Emilio Gutiérrez. La entrevista, marcada por las agendas, resultó fructífera. Gutiérrez, un político que trabajaba de sol a sol, cual anunciara en su toma de posesión como regidor mayor, llevaba tiempo esforzándose por conseguir el desbloqueo de la conocida como estación de Matallana. Y la actitud del presidente de Feve, tras el planteamiento pormenorizado de Gutiérrez, no admitió dudas. Se acometería la integración. Las señales eran claras. Y el compromiso, un apretón de manos. Un pacto entre caballeros. ¿Qué ocurrió después? Que Rajoy cesó a Oreja a finales de ese mismo año y adiós muy buenas. Y hasta hoy. ¿Entre todos la mataron y ella sola se murió? Pues algo parecido. La extinción de Feve –que se fusionó con Renfe y Adif– fue la puntilla.
La misma daga que ha venido horadando la cerviz del Emperador. Era 2007 cuando la difunta ministra de Vivienda, Carme Chacón (PSOE), rubricaba un convenio con el Ayuntamiento para la adquisición y reforma del teatro. Nada. Al año siguiente, 2008, César Antonio Molina, a la sazón responsable de la cartera de Cultura, anunció que la sala acogería el Centro Nacional de Artes Escénicas y de las Músicas Históricas. Nada. En 2010, con Ángeles González-Sinde al frente del ministerio, decía que Zamora es buena tierra. Nada. Y Rajoy una vez desposeído Zapatero del título de ‘amo’ de La Moncloa, por la misma trocha. Nada de nada. Y en esas se está. ¿Tomaduras de pelo? , a diestro y siniestro.