En los siete años que he tenido el honor y la responsabilidad de ser el decano del Colegio Profesional de Periodistas de Castilla y León, son muchas las iniciativas llevadas a cabo, pero, sin duda, una de las que me llevaré en el zurrón de los recuerdos con pedigrí será la visita de un centenar de estudiantes de Periodismo de la Universidad de Valladolid al Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria.
El motivo es evidente, son ellos, los futuros periodistas, quienes deben seguir contando lo que sucedió durante décadas en nuestro país, así como narrar las atrocidades del terrorismo actual. Las víctimas no pueden caer nunca en el olvido y los periodistas debemos darles la visibilidad que se merecen para evitar que los asesinos y sus cómplices tergiversen y manipulen el relato de lo que sucedió. Si permitimos esto como sociedad democrática, estaríamos cayendo en una detestable revictimización de quienes fueron golpeados injustamente por el terrorismo, en cualquiera de sus vertientes.
Gracias al Colegio de Periodistas, a la Asociación de Víctimas del Terrorismo de Castilla y León y al propio Centro Memorial los estudiantes de periodismo pudieron adentrarse y conocer al detalle la barbarie y deshumanización que sustenta cualquier acto terrorista. Además, escucharon de primera mano el testimonio de la periodista Aurora Intxausti, a quien ETA intentó asesinar, junto a su marido y a su hijo mediante una bomba colocada en la puerta de su casa.
Insisto, los periodistas tenemos la obligación moral y ética de no callarnos ante la devastación provocada por el terrorismo y así compensar, de alguna manera, las posiciones tibias, por decirlo finamente, de algunos responsables políticos de dudoso pelaje, quienes desde hace tiempo han comprado brocha y pintura para blanquear las atrocidades de la banda terrorista ETA, queriendo borrar la línea que separa a las víctimas de los verdugos.
Un histórico lehendakari dijo en una ocasión que el terrorismo etarra ocuparía solo unas pequeñas líneas en los libros de historia de España. Y esto es, precisamente, lo que hay que evitar a toda costa, tanto por respeto a las propias víctimas como por la salud de nuestra democracia.
La pregunta clave en todo esto es si, en la actualidad, el sistema educativo de nuestro país está a la altura y contribuye a que las nuevas generaciones conozcan al detalle la lacra que ha supuesto el terrorismo en España o si esta temática se relega exclusivamente a unas pocas líneas.