Isabel Celaá (y Diéguez) [coincidencias de la vida], es la embajadora del Gobierno de España ante la Santa Sede, allá en tierras vaticanas, fronterizas de una rota y desencuadernada Roma. Una ciudad poco aseada –sucia y desatendida en su lienzo urbano– donde el tráfico es un caos de grado alto y un peligro en cadena. Y las sirenas de la policía y otros cuerpos de seguridad, una locura diaria a machamartillo y a cualquier hora. Y como te descuides, como dudes al bajarte de la acera, te llevan por delante. Luego –y a cada uno lo que se merece en justicia– tiene muchas y buenas cosas de ver y disfrutar y que huelga repetir. Aun sin haber caminado el irregular y traicionero adoquinado de sus calles, son de dominio público.
Y la señora Celaá, que no es diplomática de carrera y ha pisado el ‘chapuz’ vaticanista a los que sí lo son, acudió el viernes 16 a la basílica de Sant’ Andrea della Valle, iglesia ensoñada que acogió a la imagen del Nazareno para el solemne besapié, el concierto de la Agrupación Musical de la propia cofradía de Jesús, y la posterior eucaristía presidida por el obispo de la diócesis de San Froilán, Luis Ángel de las Heras. Un programa –previo a la gran jornada de la procesión extraordinaria, con motivo del Jubileo de las Cofradías–, que dio sus frutos por la masiva asistencia de hermanos, devotos y fieles en general, maravillados por la representación evangélica del Hijo del Hombre con la cruz a cuestas. Un volcán de piedad.
Y la citada y menuda señora embajadora tomó la palabra con anterioridad a la misa y la pifió al mentar a Castilla. Ante cientos de leoneses. Que se lo recriminaron con sensibles –que nunca escandalosas– muestras de desaprobación y, acaso, de decepción. En verdad, no estaba el horno para bollos. Y ella, erre que erre. Y a ver quién le tosía. Cuando acabó el espiche (coloquial), se quitó del atril, regaló sonrisas y recibió parabienes. Muy bien, embajadora. Ha sido un honor (?). Y que Jesús no se lo demande. Que él lo perdona todo. Eso sí, sobre la parte izquierda del pecho lucía tres condecoraciones, que casi le obligaban a bascular hacia ese lado (el suyo natural) cuando abandonaba el templo, arropada por las fuerzas vivas de la mañana.
Esta dama, que –es un suponer– se codeará con el nuevo Papa y otros clérigos con estrellas y galones, es la misma que, siendo ministra de Educación con el ‘amo’ Sánchez en La Moncloa, dijo aquello de que los hijos no son de los padres –sus dos hijas se intuye que sí son de ella–, como apuesta (o imposición) de un modelo de educación único, estatal y naturalmente laico. Sin libertad de elección. Ahora bien, a sus dos ‘rapazas’ las envió a estudiar a colegios católicos concertados –lo mismo que habían hecho con ella– y santas pascuas. ¿La ley Celaá?, la ley del embudo. Se recordó en Roma.