Hace ya un tiempo que tuve ocasión de visitar el ‘museo’ de Aureliano Alegre en Buenos Aires. En el del Órbigo, claro; no en la capital argentina. Que así se llama el barrio –me contaba Aureliano– que, aunque está al lado mismo de Veguellina de Órbigo, pertenece a otros dos pueblos, uno del Ayuntamiento de Bustillo del Páramo –San Pedro de Pegas– y otro del de Villazala –Castrillo de San Pelayo–, lo que no deja de resultar curioso. El ‘museo’, por cierto, se encuentra en este último. El barrio –me decía–, nació al calor de la linera –con la planta del lino se fabricaba material textil–, en el lugar que en tiempos era conocido como ‘La venta del aire’. Y su abuelo –añadía–, había sido allí carnicero, en una época en la que en Buenos Aires había mucho negocio; aunque esa es otra historia…
En el ‘museo’ de Aureliano Alegre puedes encontrar un montón de objetos ‘antiguos’ de todo tipo, desde aperos de labranza hasta llaves –y cerraduras–, pasando por televisores, radios, teléfonos –fijos y móviles–, cajas registradoras, máquinas de escribir, calculadoras, relojes, máquinas de coser, tocadiscos, máquinas de fotos… Incluso un molde para hostias. «Unas cosas funcionan y otras no», me decía entre risas…
Pero, si algo llama la atención, es su colección de motos, que serán más de medio centenar… Precisamente en una exposición de coches y motos que organizó a principios de la década de 1990 en León, en los Salesianos, tiene de alguna manera su origen este particular ‘museo’ –para el que lleva más de treinta años recopilando objetos, buena parte de los cuales han sido regalos–, que ocupa un local que Aureliano –que fue viajante de aceites de motor– había comprado en su día con la idea de poner una tienda de recambios y venta de lubricantes.
La visita concluyó con un vasín de orujo y unas galletas de coco, que siempre tiene. «Tendrás que cantar algo…», le dije a Aureliano –que es también conocido en el ámbito de la música tradicional– antes de marchar. No me hizo falta insistir…