22/09/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Se puede morir de muchas formas, súbitamente, por accidente, por sobredosis o descuido, pero sin duda, la peor muerte es la muerte lenta. Ese pronóstico que parece ser reservado, pero es un secreto a voces, tan evidente que produce vértigo sólo contemplar al enfermo y su deterioro, tan insolente que cuesta imaginar cómo luchar contra su expansión imparable.

Así palpita León, ciudad y provincia, bajo mínimos, en cuidados intensivos, con respiración propia de carácter débil y, sin embargo, poco asistida desde la capital de la Junta y el Gobierno Central. No somos el único enfermo de este país que sufre la despoblación y el abandono, lo sabemos, pero somos conscientes de esta deriva crónica en la que estamos sumidos y nos retienen anestesiados, con pocos paliativos, salvo una capitalidad gastronómica que funciona como un apósito para tratar de aliviar y a veces hasta ocultar, el mal que se infiltra en cada vena y arteria de su ser, desde su tejido industrial hasta el mineral que duerme bajo tierra.

Hemos sufrido un desmantelamiento progresivo de la minería que ha dejado en venta pueblos antes vivos y hoy fantasmas. ¿Cómo es posible que no se haya podido frenar esta sangría? Pero no nos basta con eso, ni con que nuestros jóvenes tengan que emigrar porque si se quedan aquí las expectativas de poder sobrevivir dignamente son remotas. Vestas se quiere ir y el gobierno trata de negociar un acuerdo que mantenga la factoría. La inversión que atraemos es nula y el escaso tejido industrial que teníamos amenaza con irse. Nos quedamos solos. ¿Alguien da más? Parece que sí. Tampoco quieren mantener el tren de vía estrecha, el único aliado de la montaña. El aislamiento del mundo rural es la puñalada final a una zona de por sí muy castigada que poco a poco se va transformando en paraíso para senderistas, futuro valle de silencio.

No es de extrañar que con tan pocas ideas, iniciativas y planes de desarrollo sigamos liderando las listas del paro. Nos sobran excusas y nos faltan ganas.

Mientras el presidente del Gobierno sigue preocupado por defender la legitimidad de su tesis doctoral y el de la comunidad patalea y dirige el griterío hacia Europa, los leoneses asistimos a una despoblación voraz, a una muerte lenta de hedor insoportable. Los únicos valientes que protestan son siempre los mismos, por lo que ese ruido, música a veces, de tan acostumbrado, ni molesta. Sólo nos queda salir a la calle unidos, permanecer en pie, clamor o silencio, ofrecer una nueva mirada que frene en seco la estocada certera.
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