21/04/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Jueves. Cuatro de la tarde. Como cada semana me tomo un rooibos con aroma a cerezas en un café céntrico mientras espero.En el hilo musical vuela un jazz rítmico y querendón. Suena un clarinete. Me siento como un personaje de alguna película de Woody Allen. De pronto se infiltra un banyo y entonces una sabe que abril llegó para quedarse. La primavera agita los balcones llenando de geranios las aceras.

Miro a mi alrededor. Hay tres parejas. También hay personas que, como yo, disfrutan de su soledad de sobremesa. Algunos hablan. La mayoría observa la pantalla de su móvil o envía mensajes de voz. Los periódicos esperan apilados en una esquina de la barra mientras abril se esfuerza en llamar a gritos nuestra atención.

Es inútil, la tecnología nos tiene secuestrados. Sentirse conectado se ha vuelto adictivo. O estás o no estás en la red. ¿Y si no estás no existes? ¿Qué habrá sido de las charlas de vértigo? ¿Ha dejado de ser luz la primavera?

Así las cosas, un adulto es dueño de sus actos, decide si prefiere vivir en directo o apantallado. Nosotros elegimos nuestro modus operandi, optamos por respirar a pleno pulmón o asistidos. Si preferimos ver los cerezos en flor de cerca, poder tocarlos, o si nos basta una captura de pantalla tomada en el reflejo del estanque de un jardín japonés.

El problema son los adolescentes, esa sensación que uno tiene de fracaso cuando los ve sentados hablando por Whatsapp en un banco con un amigo que tienen enfrente. Produce desasosiego verlos caminar entre las prímulas smartphone en mano, riéndose de los vídeos de Youtube sobre las víctimas de turno o las piruetas de un gato neerlandés. Todo está disponible a golpe de clic, todo menos la vida.

Conectarse es como una droga, una adicción patológica que ya tiene nombre: nomofobia. Espanto a quedarse sin telefono minutos, segundos, horas. Hay jóvenes que duermen con él en la mano. Otros no duermen, no vaya a ser que le suceda algo trascendental a su estrella del pop o a alguna otra estrella fugaz del instituto. Cargan baterías de reserva durante la noche para no tener que prescindir de ese contacto mientras sueñan si es que lo hacen.

No podemos renunciar al modo de vida que nos impone nuestra época. Y tampoco sería bueno que así fuese. La tecnología nos ha hecho mucho bien. Sólo se trata de administrar bien la dosis, de mantener despiertos sueños y curiosidades. Se trata de vivir. Vuelve a sonar el banyo. Pasa una niña con margaritas en el pelo. Huele a cerezas. Sopla una brisa suave que acaricia. Es abril. Abril. Debe ser eso.
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