24/08/2023
 Actualizado a 24/08/2023
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Soy lectora empedernida de Scott Fitzgerald. Debía de ser un tipo particular, proclive a la autodestrucción y al alcoholismo, un genio de la literatura, pero con una trayectoria irregular en el cine, a pesar de que lo intentó con insistencia.

Billy Wilder explicó el fracaso de sus guiones usando el símil de contratar a un escultor para un trabajo de plomería. «No sabía conectar los caños para que el agua fluyera».

No iba desencaminado. Entre novela y guion hay un salto que se puede abordar bien o mal, y el que piense lo contrario que lo intente con una adaptación o que busque información sobre los pleitos entre escritores y productoras, entre los más sonados el de Stephen King contra New Line Cinema o el de Javier Marías contra Elías Querejeta. 

En el guion, como en la novela, se debe ofrecer algo auténtico, aunque beba de la ficción más delirante. Si esa ficción está bien sostenida, durante el tiempo en que el espectador o el lector está inmerso en ella, éste será su mundo y esa capacidad de arrancar a alguien de su cotidianeidad y trasladarle a otro universo creíble durante una fracción de tiempo, será lo que le otorgue a esa obra la coherencia para ser una realidad autónoma.

El guion tiene elementos que lo diferencian de la novela. El primero es que la esencia tiene que permanecer hasta el final de un proceso largo y costoso en el que intervendrán innumerables egos. Después de un primer volcado emocional, descripciones y concesiones a la imaginación, el guionista debe, como el Doctor Jekyll y Mr Hyde, pasar de parturienta a forense, enfriar cabeza y corazón y diseccionarlo para verificar que la estructura funciona. Actos, secuencias, nudos, pinzas, giros, tramas y subtramas deben ensamblar como un engranaje que comprima la historia en dos horas armónicas. A esto se refería Wilder con la labor de plomero. Es un trabajo de ingeniería, una red tan elaborada que no se note, que sólo visibilice las emociones que la envuelven.

No obstante, la verdadera magia está en romper las reglas, las estructuras y el paradigma, una vez que los conoces. Ahora bien, Scott Fitzgerald vivió en un tiempo concreto y trabajó en los estudios de Hollywood, ese lugar en el que hay demasiados cocineros (todos sustituibles) en la cocina, como dice un amigo mío o, como digo yo, donde se concentra la crema de la crema de muchos que tienen más ambición que talento. Qué habría sucedido si Fitzgerald hubiese sido contemporáneo de la Nouvelle Vague o, mejor aún, de Wong Kar Wai. En el cine, como en el amor, los tiempos lo son todo.

No es lo mismo ser novelista que ser guionista, vale. Pero amigo, ayudarte, no te ayudaron, porque siendo Scott Fitzgerald, a ser plomero te habrían orientado en dos güiskis y medio. Menos milongas.

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