Imagen Marina Díez

Miguel no sabía qué decir

15/11/2025
 Actualizado a 15/11/2025
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Miguel no es un mal tipo. Es de esos que escuchan más que hablan, que no hacen ruido, que no se meten con nadie. Nunca gritó a una mujer, ni puso una mano encima, ni se rió de una víctima.

Pero tampoco dijo nada cuando otros sí lo hacían.

Me lo contó él mismo después de una charla, apoyado en la pared del centro cultural, mientras los demás se iban marchando poco a poco.

– Yo estoy de acuerdo con todo esto –me dijo–, pero a veces no sé qué decir.

Y se encogió de hombros.

– Si en el bar sueltan una burrada, ¿qué hago? ¿Los dejo en evidencia? ¿Les doy una charla?

Y bajó la voz, como si le costara reconocerlo:

– Me da miedo parecer pesado. O que se rían de mí.

Y yo pensé que sí, que lo entiendo.

Porque cuesta.

Porque a los hombres no les enseñaron a interrumpir a los suyos. Les enseñaron a competir, a aguantar, a no «liarla».

Pero también les enseñaron a callar.

Y callar, cuando hay violencia o desprecio delante, también es parte del problema.

– ¿Y qué hiciste la última vez? –le pregunté.

– Me fui. Me inventé una excusa y me fui.

– Eso también es una forma de hablar –le dije–. Pero no la única.

Ser aliado no es perfecto. No es saber siempre qué decir. Es estar dispuesto a aprender. A escuchar sin ponerse a la defensiva. A preguntar «¿cómo puedo ayudar?· sin esperar aplausos. A callar cuando una mujer habla de su dolor, y a hablar cuando otro hombre la humilla o la borra. Ser aliado no es salvar a nadie. Es no permitir que el daño se normalice. Es incomodarse un poco para que otras podamos respirar un poco más tranquilas.

Miguel no es un mal tipo.

Y ojalá se atreva la próxima vez.

Porque hay muchas maneras de estar del lado correcto.

Pero todas empiezan igual: dando un paso.

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