27/06/2023
 Actualizado a 27/06/2023
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El hundimiento del Titanic es como una metáfora que ayuda a entender lo que es la vida misma. Todos vamos en el mismo barco, ricos y pobres, sabios e ignorantes, los que disfrutan del baile al son de la orquesta y los que ponen el carbón en las calderas que producen el vapor. A la hora de la verdad su suerte es común para la mayoría. Un motivo para la humildad. Y, si es verdad que habían pintado un letrero que decía que ni Dios lo hunde, parece claro que se trataba de un farol sin sentido.

En esta vida vamos todos en el mismo barco, si bien hay quienes desean hacer patentes las diferencias, considerándose superiores a los demás. Pero la inevitable muerte nos iguala a todos. Antes o después, el barco se hunde. Y uno se pregunta si tiene sentido la soberbia, el egoísmo y todo aquello que atenta contra la igualdad fundamental de las personas.

El drama del gran Titanic ahora ha vuelto a revivir con el pequeño Titán. Hubo momentos de angustia pensando en la probable angustia de sus cinco tripulantes, desesperados por ver cómo se irían agotando los plazos sin poder recibir el ansiado auxilio. Más de uno rezamos pidiendo el correspondiente milagro. Afortunadamente no tuvieron tiempo de pensar en lo que les iba a sobrevenir. En este caso la súbita muerte ha sido un alivio.

Mediáticamente no han pasado desapercibidos y seguirán dando mucho que hablar. Independientemente de lo que se haya gastado en los intentos de rescate, la sola aventura de viajar al fondo del mar ya era de por sí bastante cara, pero no vamos ahora a juzgarlo. Lo que sí nos llama la atención es la indiferencia con que se contempla el naufragio casi de diario de cientos, de miles de personas, miserablemente engañadas, en busca de un futuro mejor. No se trata de negar el derecho a emigrar y de salir de la miseria y la opresión de tantos seres humanos, hermanos nuestros, sino del hecho de no poner freno a la forma mafiosa en que se organizan estos viajes.

A veces nos quejamos del hecho de tenemos que morir pero, pensándolo bien, uno de los mejores inventos contra la injusticia y la desigualdad es la muerte, que nos iguala a todos y hace verdadera justicia. Los mafiosos, los explotadores, los que se aprovechan de los más vulnerables y necesitados, también tienen sus días contados y su perversa conducta no les asegura precisamente un futuro feliz. Pero lo que vale para los grandes malhechores sirve también para todos nosotros, que deberíamos tenerlo muy en cuenta a la hora de organizar esta vida, que tiene fecha de caducidad.
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