14/08/2025
 Actualizado a 14/08/2025
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Esta semana ha sido trágica para León. Nuestra provincia está ardiendo como si fuese una gran tea por los cuatro constados. Bueno, para ser exactos por su poniente. El único espacio reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad que tenemos en la provincia (porque el Camino Francés lo tenemos que compartir con muchas otras provincias y Comunidades Autónomas), las Médulas, han sido pasto de las llamas, que han acabado con una cantidad ingente de castaños, robles, encinas, madroños y monte bajo, hasta dejar el paraje irreconocible. Ha sido una tragedia que también ha afectado a pueblos vecinos, bellísimos en si mismos: Yeres, Carucedo o Pombriego. Como digo, una tragedia. En el pueblo de Médulas han ardido, además los árboles centenarios antes citados, negocios de hostelería, casas, naves,  el “Centro de Interpretación” y casi el cementerio: el fuego, por desgracia, no respeta a nada ni a nadie, ni siquiera a los muertos como Carlos, el padre de Tere, que está enterrado en este camposanto. Pasarán décadas hasta que el paraje vuelva a ser lo que ha sido hasta el domingo pasado..., y es una pena. Uno se enamoró de esta parte de la provincia hace muchas, demasiadas lunas. La primera vez que vi las Médulas fue como el impacto de un puñetazo en todos los morros. No me podía creer lo que estaba viendo; y no sólo fue por los restos de las antiguas minas romanas: lo que me acojonó fueron los miles de castaños, de robles y de encinas que había por doquier, dando al lugar un aura de paz, de sosiego, de tiempo parado, que no es posible describir con palabras. Y el atardecer en Médulas, un día cualquiera de primavera o de otoño tardío, sólo lo puede igualar el de Granada, en invierno, observado desde la plaza de San Miguel, con el sol escondiéndose por Sierra Nevada, con los picos llenos de nieve y la Alhambra como acompañamiento casi onírico. Os diré, no obstante, que incluso ese atardecer granadino, bellísimo, no igualaba al de Médulas, de ninguna de las maneras. Médulas, desde aquella primera vez que la vi, me pareció un lugar imposible de describir, un accidente mágico en una provincia mágica, el traslado de una parte de la Luna a la tierra, pero con color, con cien mil colores apareciendo en cada esquina del parque. Ahora la pregunta es porqué pasó, porqué ocurrió. Dicen que el causante del desastre fue un rayo producido por una tormenta seca. Puede ser. Pero dejadme dudar, que es de sabios. La codicia, la mala entraña, es patrimonio del hombre, que, dejémoslo claro, es malo por naturaleza. Cualquier hombre acosado por estos estigmas o porque es tonto (que es el mejor sinónimo de malo que uno conoce), será capaz de tirar una cerilla, un cigarrillo encendido o un litro de gasolina para provocar el desastre al que tenemos que hacer frente. Y, a estas alturas, mira a ver quién es capazde poner el cascabel al gato y averiguar si el fuego fue producto de un accidente natural o por la mala hostia que cualquier pelagatos. Uno tiene claro que se jugaría todo a la segunda opción, ¡qué le vamos a hacer! Y luego está lo de las administraciones: son, de todas todas, un puto desastre. Aquello de que lo que libra los incendios del verano son las podas y desbroces del invierno no entra en su catecismo. Pasan de ello como de la mierda. Cuándo éste era un país serio y salíamos a manifestarnos contra casi todo (uno sobre todo contra la OTAN y las bases militares yanquis en España) cantábamos una canción maravillosa: “Teleno pá las cabras y no pá los cabrones”. ¡Qué razón teníamos sin saberlo! Si dejásemos a las cabras o a las ovejas pastar por nuestros montes otro gallo nos cantaría. Pero no: la Junta, los funcionarios de la Junta, tienen miedo que estos pobres bichos “coman” a los robles, a las encinas o a los castaños... Y eso lo saben sin salir en su puta vida de su despacho, que manda huevos. En Vegas, por ejemplo, estamos acojonados, porque el monte está desbravado, salido de madre, con escobas que miden dos o tres metros, algo inaudito. 

El día que se prenda una cerilla en la Quebrantada, el fuego no parará hasta Puebla de Lillo, que queda, más o menos, a cincuenta kilómetros. Y no hacen nada para evitarlo, sólo cobrar un sueldo obsceno por no hacer nada. Allá ellos. Salud y anarquía.
 

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