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Me susurran los muertos

27/10/2023
 Actualizado a 27/10/2023
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Hace dos semanas era octubre con temperaturas de verano. Ahora empieza noviembre, por fin, con tiempo de otoño, y llegan los muertos. Los muertos estaban esperando. Esperando a que pasara el verano eterno. Cada año se retrasan más, los muertos. Este año han llegado casi por sorpresa: guardamos los biquinis y al momento están aquí las calaveras y los huesos de santo. 

Así que hace dos semanas Pequeño Zar y yo vivimos nuestro último día de verano. Era una mañana de calor insoportable y decidí ir en busca de un río limpio y, sobre todo, solitario. Objetivo muy difícil en Madrid, aunque, pensándolo bien, ¿a quién se le ocurriría bañarse en el río a mediados de octubre? Me habían hablado de uno que nacía en la sierra, pero llegar era una odisea. Conduje una hora hacia el norte. Después me interné en un camino de tierra que se estrechaba y estrechaba cada vez más entre enebros y endrinos. Escuchábamos el ruido de las ramas al golpear los cristales del coche. A medio ascenso de una abrupta senda, vi que con mi utilitario era imposible continuar. Aparqué a un lado. Caminamos una hora a pleno sol temiendo habernos extraviado hasta que escuchamos el ruido del agua. Descubrimos el riachuelo, no había ni un alma. El agua reverberaba y se remansaba entre grandes rocas graníticas. Detrás de nosotros, una cascada. Pequeño Zar y yo nos miramos con cara de ¡oh, maravilla!. Nos quitamos la ropa a toda prisa. Metimos un pie en la corriente. Nooo, mamá, está helada. A ver, que somos del norte, lo animé. Nos dimos la mano y entramos de puntillas. El fondo arenoso y suave, las hojas de los fresnos temblando sobre nosotros. Pequeño Zar se puso a buscar ninfas y tricópteros; yo saltaba y flotaba a ratos. Era una poza pequeña, el agua me llegaba por el pecho. Había un acantilado enorme y plano que emergía desde la corriente como la cara lisa de una pirámide. ¿Subimos hasta arriba del todo? Pequeño Zar ascendió en cinco minutos. Yo probé varias opciones, pero me resbalaba y caía al agua cada vez que lo intentaba. Al final lo conseguí moviéndome en cuclillas y de espaldas; suena inverosímil, pero funcionó. Me quedé acuclillada en lo alto un largo rato. Bajo mis pies descalzos percibía la roca suave y tibia. Y la brisa en la piel, y el frescor del río. Y todos esos aromas. Y todo ese silencio. Me imaginé a una mujer del bosque que se había acuclillado en ese lugar hacía cientos de años y había sentido la misma paz. Supe que iba a recordar esa tarde y supe que mis muertos me miraban desde arriba y me susurraban, aprovecha este momento, que luego vendrá el ruido.
Y el ruido vino. Al día siguiente descendió la temperatura de golpe, empezó a llover y en las tiendas colgaron la decoración del dichoso Halloween.

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