16/09/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Estas palabras pronunciaba Unamuno hace casi un siglo lamentándose del atraso cultural, económico y tecnológico en que estaba sumido nuestro país. No sé si el escritor y pensador bilbaíno se sorprendería demasiado al constatar que este dolor por ser y sentirse español hoy sigue vigente o al menos podemos afirmarlo con idéntica intensidad a la que él lo proclamó entonces.

Parece que en los últimos tiempos gana lo ‘políticamente correcto’ y decir ‘España’ o afirmarse español pueda tildarse por algunos o por muchos de adjetivos con connotaciones peyorativas. Sin embargo, en mi opinión y sentir, decir España está por encima de matices y asociaciones porque su esencia no puede alterarse ni permanecer ligada a ningún tirano cuya memoria me provoca repulsión ni tampoco debería ser fuente de conflicto para quienes mantengan los afanes secesionistas que se iniciaron a finales del siglo XIX en un intenso debate intelectual generado durante el regeneracionismo. Un siglo después, este debate no sólo sigue abierto, está en carne viva.

España, como casi todos los países del mundo, más o menos jóvenes, más o menos viejos, ha vivido momentos oscuros y momentos de gloria. Hemos sufrido el ‘duelo a garrotazos’ que vaticinó Francisco de Goya y la herida sigue abierta. Aun así, yo amo a España porque es mi país, el árbol de mi memoria. No la amo con ese patriotismo que impulsa a ofrecer la sangre a todo riesgo, no creo en esa necesidad. Nada es más valioso que la vida. Ni siquiera una idea, ni siquiera una patria a la que regresar. Pero me duele España y los que no se atreven a nombrarla ni quieren formar parte de ella. Yo amo la España de Picasso, de Lorca, de Severo Ochoa, de Ramón y Cajal, la de Antonio Machado, sobre todo la que nace de la rabia y de la idea. Me cuesta comprobar cómo un francés canta la marsellesa sin complejos en un estadio y en España se abuchea el himno como si fuera una ofensa. Así sólo ganan los que de la división hacen negocio y sin darnos cuenta, nos utilizan para dejarnos cuanto antes maniatados fuera de juego.

Decía Ortega y Gasset que «lo que nos pasó y nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa». Vivimos entumecidos, drogados a base de fútbol, tecnología y una falsa zona de confort que nuestros abuelos ni soñaban. Y se nos ha olvidado que ellos vivieron en una España mucho más difícil enterrando el odio y sembrando nuevas voluntades. Tal vez porque a pesar de sus diferencias ideológicas y geográficas, estaban unidos y aprendieron a amarla.
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