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El más bello adiós

07/08/2023
 Actualizado a 07/08/2023
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Iba a escribir algo sobre el monte que separa Vidanes de Corcos, donde, de niño, en la época de cortar el roble, viví mi primer incendio, cuando leo la crónica del entrañable Fulgencio, dando fe de la muerte allí de Asunción a los 91 años. Casada, a los 18 años, con Daniel Cerezal, el de Modino, y madre de 17 hijos, más de una vez me había inspirado la escritura de un relato que se titulase: ‘Los hijos provinciales’ en memoria de la de nuestro Luis Mateo (‘Las estaciones provinciales’) pero, no considerándome a la altura del amigo, renuncié a ello y no me pesa.

Pero ahora viene este hombre bueno, y mejor amigo, a remover las aguas estancadas del recuerdo hablando, a propósito de la despedida de uno de sus nietos a Asunción, de «El más bello adiós jamás escrito» y ganas dan de dejar la pluma en el tintero y renunciar para siempre a la poesía, a las letras en general, y hasta a haber nacido en aquella línea que une a Corcos con Modino, a través de un monte oscuro y cerrado, en el que por primera vez viera de niño un lobo que vigilaba, erguido, las tareas familiares de carga de las cepas de las ‘urces’, combustible imprescindible y necesario para alimentar la cocina ‘bilbaína’, que también llamábamos económica.

«Tengo hijos por toda la provincia, en Mondreganes, en Quintana, en Valdealiso, en Cebanico... en Almanza». Desde los 19 años, a razón de casi uno cada menos de dos años. Y a su casa siempre abierta, había que entrar a probar de lo que hubiera en el pote siempre hirviendo sobre la chapa encendida. Preparada para cocinar o para cebar el ganado de la cuadra, o desplumar un pollo, matar un conejo o perseguir a un pavo en rebeldía.

Mientras, el marido albañil, buscándose el sustento familiar y ajeno a los desvelos cotidianos y la crianza de la prole provinciana. Solo una queja: «Nunca les ‘aprovece’ invitar a casa; pero la comida soy yo quien la hago».

Es la más grande queja que uno puede escuchar en boca de una mujer del monte que separa los dos ríos, el Cea y el Esla, uno que baja de los picachos de detrás Peña Corada….. Y el otro que no sabe ni donde nace pues como dice la gente nativa: «El Esla nace en San Glorio, Pandetrave y Arcenorio». Es ‘el carácter’ de una mujer acostumbrada al canto de la caraviella, que, en los robles del atardecer, imita los quejidos infantiles de una niñez abandonada para siempre.
Adiós, Asunción, mujer de nuestro pasado silencio.

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