Desde Marte

02/12/2025
 Actualizado a 02/12/2025
Guardar

Se abre el telón y aparece toda una galaxia enfrentándose a una fortaleza templaria que enseña las piedras como colmillos afilados hacia el futuro. Mientras hablamos en alto de cambio climático y, desde la Reserva Ornitológica de Palacios de Compludo o Médulas, se pide ayuda para resurgir de las cenizas, nos dejamos engatusar por las luces de planetas inventados para convertir la Navidad ponferradina en un evento interestelar. Que se vea hasta en Marte, como desea para sí el alcalde de Vigo. (Welcome to the light, recordaba en esta columna hace un año). No soy yo de quitar caramelos de la boca, pero envenena un poco pensar que no se mira más allá del espectáculo cuando se entona un villancico. El aquí y el ahora es reflejarse en los ojos de unas bombillas que dictan un estado de ánimo obligatorio. Ayer se nos pedían lágrimas. Lo hacían los desencajados Aquilianos, las Médulas desnudas, esa agua incinerada que dejaba el fuego de agosto... Y los muertos, que siguen teniendo un «no te olvidaremos» temblando a su lado. Las tragedias casi nos devolvieron el tapiz de las mascarillas, esta vez sobre el luto de los bosques, con una contaminación que se nos metía por la piel hasta engrasar las entrañas y que hacía apretar los puños antes de estamparlos en según qué caras.

Peñalba mira desde Peña Alba cómo se enciende Ponferrada para la Navidad sin acercarse mucho, masticando una desconexión involuntaria por un derrumbe «fortuito» que unos achacan a los fuegos, otros a no haber hecho y otros a no hacer. El resultado, un agua ingobernable y una carretera descuartizada por el barro. Fortuito. Como los accidentes en la mina, como los episodios de sequía, como las crecidas de los ríos, como los sorteos de Navidad: todo parece un azar caprichoso. Pero tal vez no sea toda esa comparativa. La pataleta llega cuando, en cada episodio trágico, se abre una escotilla a la responsabilidad: «es que el cambio climático…»  Suena como una guadaña colgada de la pared, intocable, como un Dios que castiga. Pero no es un elemento decorativo: es un problema que exige lucha.

La conciencia no está en esa Vía Láctea luminosa que grita «aquí no hay miseria», ni en el brillo que, sin duda, engordará los baremos de visitantes en las estadísticas a subrayar en grandes titulares. Aplaudo la política del billete fresco, el intento de que la rueda de la economía local gire, de pintar el escorbuto con un placebo, si eso aminora la enfermedad. Pero los cantos de sirena duran el suspiro del engaño. Y bajo los pies no hay nubes, hay tierra trabajada a pico y pala por los que no vivieron en estos cielos. Mientras pulsamos el interruptor de una ciudad a la que se le acaba la noche en día de fiesta, aún huele a humo. Y a la desolación de saber que seguimos sin entender la urgencia.

Archivado en
Lo más leído