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Manuel Vilas, ángeles y demonios

20/02/2023
 Actualizado a 20/02/2023
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En principio la idea no era cenar, pero Javier Pintor y el escritor gallego Xavier Seoane insistieron, así que allí estuve, durante al menos dos horas, cambiando impresiones con ellos sobre el momento literario (lo saben casi todo) y, maravillosamente, con un tercer comensal: el escritor Manuel Vilas. Todo ello en una noche excesivamente cálida para ser de febrero.

Manuel Vilas es uno de los grandes de las letras españolas. En los últimos años tuve la oportunidad de encontrarme con él varias veces, a menudo a raíz de la publicación de sus novelas, y hemos ido amasando una cercanía divertida, porque Vilas puede ser muy divertido. Lo mejor que es que tiene una gran idea del mundo. Una cosmovisión, que se decía a veces. Es un tipo filosófico, su literatura lo es. No puede obviar una mirada social, también política, quizás porque todo es, finalmente, político. Más allá de la trama, de la narrativa, de la historia, la literatura de Manuel Vilas está pespunteada de opiniones sobre el mundo, sobre las maneras de vivir, sobre las emociones y sobre la forma de capturar la alegría, como quien captura un pez demasiado esquivo. Dijo en algún sitio que ama la vida por encima de todas las cosas. Que le gusta muchísimo vivir. Y aunque parezca una obviedad, algo que todos diríamos, es difícil encontrar un entusiasmo como el de Manuel Vilas al decirlo.

Así que la noche pasó sobre nosotros, envueltos los cuatro en el aroma de las viandas y en un calor húmedo por la cercanía del mar, y dimos repaso a todo lo literario. Me acordé del día en que lo entrevisté con motivo de ‘Ordesa’, en aquel hotel con jardín, con un césped de primera división. Ya entonces Vilas, que por supuesto no era ningún desconocido, me contó algunas cosas de su vida personal, con tal cercanía y verdad que me sentí próximo a su emocionante visión de la existencia, a su vértigo, y a aquella forma de acercarse a la vida que había vivido con sus padres, cuando el mundo se estaba construyendo. Ahora sabemos, creo que él también, que es prácticamente imposible volver a escribir un libro como ‘Ordesa’. Su nombre quedará unido indisolublemente a ese relato de formación y duelo. También nuestro agradecimiento.

Luego, en otras ocasiones, hemos celebrado lo literario en encuentros varios, con la risa y la emoción como bandera, por ejemplo, en la ocasión en que fue finalista del Planeta con ‘Alegría’, el año en que ganó otro buen amigo, Javier Cercas, y así pasamos por ‘Los besos’ hasta esta noche, en que de nuevo el amor, el sexo y el placer se convierten en la materia principal de su literatura. ‘Nosotros’ ganó este año el Premio Nadal, y de esta novela hablamos en esta pequeña reunión de amigos, mientras creemos escuchar el sonido del mar, que es, claro está, el latido de la vida. La novela se llama ‘Nosotros’ (Destino) por el bolero de Los Panchos: «Nosotros, que nos queremos tanto, debemos separarnos, no me preguntes más». Es un título raro, ‘Nosotros’, le digo. «Es que me gustan los títulos cortos, ya sabes», dice entre risas. «En realidad lo que pasa es que yo creo que un título largo no va a ser recordado. Nosotros no es una palabra cualquiera: dice mucho», explica. «Resume la vida, es una palabra importante. Y yo suelo titular con palabras que me parecen importantes. La vida es el paso del yo al nosotros. El yo es la adolescencia. Y la madurez no es otra cosa que el tránsito hacia el nosotros».

Así que esta novela muestra la madurez de un personaje, Irene, que ha vivido el amor más perfecto del mundo. Para ella no hay mayor perfección que esa vida con Marcelo, su difunto marido. Y al desaparecer él, ella tratará de prolongar el amor, y la alegría, y la perfección de aquella vida. Y lo hace, quizás, de un modo inesperado. ‘Nosotros’ cuenta una historia desenfrenada, que se mueve en los límites difusos entre la fantasía y la realidad. No sabes muy bien, cuando lees esta historia, qué es lo real y qué es lo imaginado. Pero tal vez así es la vida: esa rara mezcla de verdad y mentira. Irene quiere probar la verdad de aquel soneto de Quevedo, ‘Amor constante más allá de la muerte’, que es una especie de ‘macguffin’, un elemento que ayuda al suspense, que nos arrastra de hotel en hotel por las costas del Mediterráneo.

Por supuesto, Irene es en esta novela una especie de Quijote. Ella vive su locura, de alguna forma, su fantasía, y convierte sus encuentros amorosos en una sublimación de su verdadero amor, hasta el punto de que Marcelo, al alcanzar ella el orgasmo, se le aparece extrañamente en lo alto de una escalera. El placer, que para Manuel Vilas es lo que finalmente mueve el mundo, lo que tal vez nos mantiene vivos, lleva a la protagonista a una especie de contacto con el más allá, transforma su alma y le acerca al amado de manera tan intensa como la que se explica en el poema de Quevedo, de tal manera que ella puede experimentar su presencia alegre, confirmando el amor imperecedero desde ese lugar indescriptible en el que habitan los muertos, prolongando la pasión a través de los velos del tiempo. «He vuelto a Ascona, mi amor, a contemplar el lago Mayor, y recordar la vez que estuvimos aquí», podemos leer. El Mediterráneo es el lugar del amor, de las iluminaciones, de la civilización. El Mediterráneo nos une con el pasado, con los días dorados, Italia, Grecia, y el amor perfecto de los días perfectos.

Hablo con Manuel Vilas, esta vez cerca del Atlántico. Es una noche excesivamente cálida para ser febrero. El libro es una ilusión humana: la del amor que no termina. El orgasmo es ‘la petite morte’, dicen los franceses. «Irene vive en esa creencia de que puede mantener el ‘nosotros’, lo va rescatando en sus encuentros, en su búsqueda del placer que le acerca al hombre que ya ha muerto. Los lectores encontrarán que el libro gira al final, hay algo inesperado que no podemos contar», dice Vilas. «Pero la soledad siempre está ahí. La soledad de nacer solo y de morir solo. Porque lo cierto es que biológicamente somos singulares, y sólo cuando alcanzamos a encontrar a alguien que conoce nuestra esencia y nuestra vida podemos hablar del ‘nosotros». Irene vive su utopía quijotesca, su viaje de amor, que quiere ser también, o eso cree ella, un viaje más allá de la muerte.

«Intento que mis personajes caminen hacia la plenitud, que eso es lo que los seres humanos deben hacer sobre la tierra», me dice Vilas. «Sólo los libros hablan de qué es la vida, de qué significa. Todo ha quedado reducido al arte. Vivimos con la fantasía del amor perpetuo, del amor que volverá, como dice Joan Didion. Cervantes inventó el mundo de la ambigüedad, que es un territorio ideal para la novela. Lo real, lo imaginado: ¡pero eso es la vida!».
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