27/09/2015
 Actualizado a 13/09/2019
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Me declaro fiel seguidor del blog que la leonesa Mary Wilson publica en su faceta de Mamá Vintage, un alarde de originalidad, de ternura sin ñoñería y de sentido del humor inteligente, expuesto con sencillez, naturalidad, y sobre todo con gusto y clase por arrobas.

Ella llamó mi atención sobre los malapropismos, término con el que se designa el uso incorrecto de palabras que suenan de forma parecida pero con significados diferentes, como aquel candelabro de Sofía Mazagatos, o como cuando alguien es aclamado en olor de multitudes, come canalones rellenos de carne, o se encuentra entre la espalda y la pared.

El malapropismo en los adultos no pasa de gag simplón e intrascendente, cuya única peculiaridad es la de obligarnos a disimular a duras penas la sonrisa o a retener la carcajada cuando se nos dispara de frente y a corta distancia, pero el blog de la Mamá Vintage me puso tras la pista del profundo significado que suele haber detrás de los malapropismos infantiles y de sus deformaciones morfológicas. La heredera de Mary Wilson utilizaba, por ejemplo, el concepto de jardín brotánico, lo que evidencia que había escuchado correctamente los términos jardín botánico y brotar, pero en lugar de aprenderlos y utilizarlos por mera imitación, a sus siete años los había aprehendido y procesado, y había decidido con buen criterio que un lugar destinado a que broten toda clase de flores y plantas no podía adjetivarse como botánico sino como brotánico.

Desde entonces me he fijado en cuantos ejemplos del mismo proceso se producen en mi propia casa. Mi hija mayor vio en el mercado medieval de San Froilán del año pasado un cuerpoespín, obviamente animal con el cuerpo cubierto de espinas, y la pequeña había oído que su madre tenía que hacerse una mamigrafía, prueba médica para ver cómo está mami, lógicamente.

Los adultos, especialmente esos –que Dios confunda– que insisten a los niños para que llamen a los perros guaguaus, debemos quitarnos el sombrero ante tal capacidad de asimilar realidad y lenguaje de una forma tan inteligente y creativa, pero aún más ante otra admirable actitud infantil que tendemos a perder por el camino: cuando se les corrige y se les enseña el término correcto arrojan su idea al olvido con total indiferencia y sin el menor atisbo de apego o de rencor.

Si estas habilidades no se diluyeran en el paso a la edad adulta, quizá la actualidad nacional e internacional no estuviese copada por la estupidez y el fanatismo. Lo dijo el Maestro: sed como niños.
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