La gente no es que esté empezando a estar harta de la situación política y social por la que atraviesa este país de ‘listos’ y abusones en que se ha convertido España; es que lo está. Hasta los perendengues y, si cabe, un poco más arriba. Ya no hay por dónde cogerla. Los escándalos se han tornado en moneda de cambio y cuando no toca a unos, toca a otros. Son tiempos difíciles. Y muy tristes. Y, a la vez, decepcionantes. Y convulsos. Afortunadamente las anteojeras se les están cayendo a pedazos, a quienes creían en el paraíso.
Mientras los hay que se enriquecen con malas mañas y peores artes, los hay –empiezan a ser mayoría– que las están pasando canutas para poder subsistir en términos razonables. No ven el horizonte al final del camino y rozan el límite de los marginados, algo que, hace unos años –no tantos–, resultaba impensable. Este es el ‘progreso’ al que está condenada la sociedad española, por mucho discursito y muchas martingalas que provengan de la mal llamada clase política, que de clase, en el sentido literal de categoría, tiene muy poco. Y lo más penoso, es que a la ciudadanía la toman por idiota o retrasada. Y aunque haya lerdos en todos los sitios, no es de recibo amplificarlo a una buena parte de la población. El pagano es reflexivo y acabará tirando por la calle de en medio.
Ahora, los más sesudos y conspicuos de cada afinidad política, esos que se creen por naturaleza en posesión de la verdad, se echan las manos a la cabeza y se revuelven, por el avance continuo de la derecha situada a la derecha, cuando, en su día y de manera despectiva, habían anunciado –y hasta leído– su partida de defunción. Gracias a las estupideces ajenas –hay quien dirá deméritos– está más vivita y coleando que nunca. Y eso lo saben en Ferraz y en Génova 13. Y les tiemblan las canillas. Sobre todo a los socialistas, con el ‘amo’ Sánchez a la cabeza, que tiene en La Moncloa más gatos que un desván.
A todo ello se le suma la manipulación de diversos (y ciertos) medios de comunicación, que en poco o en nada ayudan a respetar una democracia justa. Son los que, de igual modo, propagan bulos sin el menor sonrojo, en su intento de banalizar los ‘errores’ en cadena de un Gobierno en caída libre y sin red, por mucho que se empeñen en lo contrario los tertulianos afines y los periodistas entregados a la ‘causa’. Que es una más de las desvergüenzas de este país.
En este otoño invernal que atenaza los rostros, se han puesto sobre el tapete los casos de los Cerdán y compañía, y el fallo condenatorio (aún no hay sentencia publicada) del Fiscal General del Estado. También, las presuntas mordidas del presidente de la Diputación de Almería (PP) y sus adláteres correspondientes. Un barullo y una necedad. ¿Y se siguen preguntando las mentes preclaras de los partidos mayoritarios el porqué del giro ideológico de miles y miles de jóvenes? Es de chiste.