Sin lugar a duda, la época navideña es ideal para disfrutar de un buen espectáculo de magia. Los niños creen en ella de forma natural, porque sí. Los demás, aunque sea solo durante un rato, regresamos a la infancia; a esa feliz inocencia que nunca deberíamos dejar escapar del todo. Y se generan instantes que unen, divierten y hacen sonreír.
El festival internacional ‘Vive la magia’ celebra veinte años y ha decidido acercar esa ilusión al mundo rural, a cientos de pueblos heridos por el arma de la despoblación, donde también es Navidad.
Sin embargo, existen muchos problemas cuya solución no es tan sencilla. El aislamiento y la soledad no deseada de muchas personas, la pobreza, las guerras… Y por desgracia están presentes todo el año, aunque parece que solo preocupan ahora.
No me han pasado desapercibidas las imágenes de las calles desiertas de Belén al cancelarse todos los actos a causa de la guerra en Israel.
Es muy significativo el hecho de que la ciudad cuya representación luce cada mes de diciembre en hogares de todo el mundo, no pueda celebrar estas fiestas. Me temo que a veces se necesita algo más que ilusionismo para hacer desaparecer las calamidades que nos rodean o que nos afectan de forma directa.
Sería imprescindible que quienes ostentan el poder tuviesen además la buena voluntad de usarlo a favor de las personas que dependen de sus decisiones, en lugar de buscar solo su propio beneficio. A esto sí que se le podría calificar de auténtico milagro, utopía. Y no se pueden pedir peras a un olmo.
El 2023 llega a su fin. Es tiempo de repasar lo sucedido en los últimos doce meses y hacer balance, con la noble intención de corregir los errores y potenciar los aciertos. Abramos de par en par las puertas al nuevo año, con el firme propósito y la esperanza de que en él se escriba un giro favorable que dé lugar al mejor capítulo en nuestro particular libro de la vida.
Y que, aunque sea nada más en un pequeño rincón de nuestro corazón, jamás dejemos de creer en la magia.