08/05/2023
 Actualizado a 08/05/2023
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A la que quiso abortar pero no le dejaron, a la que llamaron puta por ser adolescente, a la que perdió su identidad, borrada por el fruto de su vientre, pero él no. A la que se quedó en casa y esta acabó atrapándola entre sus fauces. A la que se arrepintió de tener hijos, a la que lo deseaba, pero no pudo. A la que era demasiado mayor para ponerse a ello. A la que hubiera preferido tener un perro o un gato, a la que lleva más de diez años en lista de espera para poder adoptar porque sabe que los derechos del niño van siempre por delante. A la estéril, a la que tuvo varios abortos antes de conseguirlo y nunca habla del tema, a la que abandonó su carrera profesional y jamás volvió, a la que se negó a supeditar su vida a la crianza y le llamaron egoísta. A la que se le escurrió la vida entre las piernas por seguir trabajando al mismo ritmo que sus compañeros y nadie le dijo nada. A la que cuida, cocina, barre y limpia mientras el marido continúa con una vida sin mácula, ascendiendo puestos mientras ella se redujo la jornada y cada vez es más chiquita. A la madre soltera, a la madre que no es soltera pero como si lo fuera. A la que se prostituyó por paliar el hambre de los otros, a la que le dijeron que el instinto maternal es cosa de mujeres como excusa para no ser ellos quienes se levantaran por la noche, limpiaran culos y vómitos y volvieran a empezar. Una y otra vez. A la que decidió que no le compensaba tener una caja torácica nueva, reírse al mear, una episiotomía de aderezo en el bajo vientre. A la divorciada, a la madrastra, a la mala madre, a la que pide ayuda en casa como si los demás no tuvieran la responsabilidad exacta. A la que desearía jamás haberse casado, a la inmigrante en un entorno hostil. A la que es feliz, a la que no lo es.

A todas las mujeres, porque a todas alguna vez nos han dicho que es lo mejor que nos puede pasar en la vida. Aunque no queramos, aunque sea mentira.
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