En uno de esos momentos en los que el aburrimiento te lleva por caminos de Google jamás explorados, me dio por buscar sondeos del CIS sobre el espíritu navideño de los españoles, y había algunos datos curiosos. Casi el 88 % dice hacer regalos de Navidad, pero solo el 29 % acude a celebraciones religiosas propias de estas fechas. También señalaban que el 76 % de nuestros compatriotas compran lotería, y un porcentaje casi igual, el 75 %, declaran que ponen un árbol u otros adornos navideños en su casa. O lo que es lo mismo: casi el 25 % huyen despavoridos de las fiestas. Lo que eché de menos en estos estudios es la diferenciación entre la Navidad en sí y su previa, del mismo modo que son distintos, por ejemplo, los 90 minutos de fútbol de un Real Madrid-Atleti y los días anteriores plagados de victimismos de Simeone delante de los micros y presiones a los árbitros en Real Madrid TV.
Entre stories de las luces del Palacio de Canedo y de Librán —que, si no las subes en 48 horas tras su inauguración, te quitan el carnet de berciano— y competiciones para decidir qué pueblo la tiene más grande —la estrella del árbol, digo—, aún estamos a 10 de diciembre y ya tengo cara de Grinch. Y, por si fuera poca conquista del postureo en las redes sociales, también se abren paso otros elementos propios de estas fechas, como el Wrapped de Spotify, que por supuesto hay que compartir con tus seguidores para que conozcan tu edad musical a partir de las canciones que escuchas y cuántas horas les dedicas al año; no vaya a ser que alguien sospeche que existe un fan de Quevedo más fiel que tú en algún punto de la península.
Lejos de las garras de Instagram, en el territorio de Elon Musk la actualidad es bien distinta. Con menos luces que en Librán, los responsables de las administraciones públicas discuten como críos peleándose por el columpio sobre quién y cómo debería volver a comunicar el pueblo de Peñalba de Santiago, víctima de un derrumbe cuando todavía no anunciaban turrón por la tele. Y, mientras se intercambian el enésimo «y tú más», son los vecinos los que empujan piedras y agarran carretillas. Seguramente en las próximas horas los señores de corbata eleven aún más el tono —porque en su patio de colegio virtual nunca suena el timbre para volver a clase—, pues sus chillidos quedan acallados por el trabajo silencioso del pueblo.
Dejando atrás el circo de X y abriendo el templo del postureo, TikTok, políticos de mi cuenta favorita han compartido sus edades musicales del Wrapped: Sara Aagesen, 42 años; Félix Bolaños, 22 (quizá sea el fan número 1 de Quevedo por ahí perdido); Carlos Cuerpo, 80; Pedro Sánchez, 83... aunque esto me es indiferente. Tendría mayor interés la estimación de las edades mentales de quienes montan un circo mientras los ciudadanos se buscan la vida para arreglar por sí mismos sus problemas. Me da que de estos resultados no presumirían en las redes. Para ellos, Quevedo ya será una vieja gloria.