sergio-jorgeb.jpg

Los ‘triskis’ y los baches

09/08/2017
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
Da gusto pasear estos días por cualquier pueblo, donde las calles se llenan de bandadas de bicis y los bancos de veraneantes orgullosos del lugar donde nacieron. El cine de verano da vida, sea como sea la película, y hasta una carrera a las nueve de la mañana se hace más a gusto porque transcurre entre las tierras que araron los abuelos, bisabuelos y así hasta el infinito. Las rondas de vinos y cervezas a un euro hacen que el calor no sea tan agobiante, y las cartas superan en adeptos al tan estirado deporte nacional. Porque estos días los pueblos son la infancia de pequeños y mayores, son el refugio de un año duro al que se llega casi sin aire y se sale de él con cuerda para otra temporada más. Habrá algunos que vayan a la playa y a otros lugares de vacaciones, pero los que somos de interior, los que hemos crecido en un pueblo, sabemos que no hay cosa más impostada que un chiringuito, ya que hasta ‘Despacito’ suena diferente si se pone a todo trapo en el bar con tu familia alrededor, que son casi todos los vecinos. La nostalgia se lleva mucho mejor cuando se ven fotos antiguas, porque en los días que se pasan en el pueblo se vive en una nube de felicidad casi absoluta en la que el único estrés que hay es el de llegar a tiempo a todas las actividades que hay en la comarca. Pero como si fuera una película de terror en la que los protagonistas son ajenos a lo que realmente les va a pasar, hay pequeños detalles que anuncian la muerte anual del pueblo en cada mes de septiembre, quizá como muy tarde en los Santos. Son las carreteras con baches, que te recuerdan que las instituciones apenas se molestan en arreglarlas porque viven pocos durante el frío invierno. Son los ‘triskis’ rancios porque durante todo el año no hay niños y son los que sobraron del verano pasado. Son las conexiones del siglo XIX. Es el recuento de paisanos que vive todo el año allí, que cada vez es menor.
Lo más leído