18/08/2016
 Actualizado a 11/09/2019
Guardar
Siempre he sido prudente, algo que no es muy común en esta nuestra sociedad, en la que predomina abrir la bocona con independencia de que se sepa lo que se va a decir. Y la verdad es que uno está cansado de los jetas en el uso de la palabra y de estar callado por aquello de la prudencia y por pensar que en boca cerrada no entran moscas.

Los jetas en el uso de la palabra tienen tendencia a encasillar a sus interlocutores sin escuchar la totalidad del argumento que quieren exponer. Pongamos un ejemplo. Cualquier crítica referida al tema de la minería lleva a que a uno le pongan el crotal de ‘carbonicida’, como si la situación del sector fuese motivo de alegría para alguien. Pero ello no quita que se pueda embestir contra los jetas que hay en la minería, que los hay, que no son pocos y que no están exentos en los problemas mineros.

Algo similar puede decirse de la sanidad. Cualquier crítica lleva a que los de la bocona te encasillen en las elites que quieren liquidar el sistema público. Así, si uno se queda callado, pues hay muchos que siguen aprovechándose del sistema público para tener trabajo por las tardes en el privado. Pero si uno dice algo, pasa a ser el malo de la película y se enfrenta a una marea blanca de gente que tiene el puesto asegurado trabaje mucho o no haga nada.

Y jetas y más jetas. Tendría para media docena de columnas, pero me tengo que ir de vacaciones al paraíso redipollejo (escribo unas líneas minutos antes de partir) y no quería llevarme todo esto dentro. Allí, en el mi pueblín, hay menos jetas. Como mucho llega uno y se mete en tu corral a tomar un vino y unas sardinas o viene una vecina para enredarte y que la lleves al mercadillo y la ayudes a traer la fruta. Ojalá todos los jetas fuesen así.
Lo más leído