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Los Episodios de Almudena Grandes

29/10/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Almudena Grandes gana el Premio Nacional de Narrativa por ‘Los pacientes del doctor García’ (Tusquets). No hace muchas semanas mantuve un largo encuentro con ella, en uno de los escasos momentos de tranquilidad que le permite su agenda. Hablar con Almudena Grandes significa mucho más que hablar de su obra, y esto ya ocuparía mucho tiempo, pues es una obra amplia, cuidadosa con el detalle, que ahonda en la memoria, que transita por instantes, a veces oscuros, a veces iluminados por personas que no han recibido su justo reconocimiento. Ella no hace novela histórica, sino que viaja sobre la historia para contar episodios de un pasado no tan lejano.

Recuerdo que de lo primero que hablamos fue de Galdós. La serie de novelas que Almudena Grandes compone en torno a la historia de este país, ya se sabe, se llama ‘Episodios de una guerra interminable’. Y remite necesariamente al gran escritor de nuestra historia, a su ciclópea empresa literaria, en la que Almudena se inspira. No son pocos los que continúan leyendo al autor canario, a pesar de que a veces parece desaparecido de la tradición. O quizás un tanto olvidado. A Galdós, por olvidarlo, lo olvidaron en vida: ciego, enfermo y sumido en la pobreza. Así terminó, hace casi cien años.

«Por supuesto que he escrito estas novelas siguiendo el modelo de los ‘Episodios Nacionales’ de Galdós», me dice. Y entonces explica que cuando reunió material para unas seis novelas, que abarcarían unos veinticinco años de la dictadura, el modelo de Galdós le pareció el más transitable. «Lo que él inventó sigue funcionando», añade. «Y conviene no olvidar a Max Aub [que también parece olvidado], que está, vamos a decir, entre Galdós y yo. Su serie maravillosa, ‘El laberinto mágico’ (ver la edición en marcha de Cuadernos del Vigía, añado yo), también parte del mismo modelo». Y entonces, como hablar con Almudena Grandes se parece mucho a sacar cerezas de la cesta de la historia (siempre vienen varias, nunca una sola), hablamos de Max Aub. Y discutimos sobre las razones por las que también está un poco olvidado, a pesar del reciente rescate de su serie sobre la Guerra Civil. «Creo que es cosa del exilio», me dice Almudena. Como a tantos, el exilio, tres décadas en México, alejó inexorablemente al autor, y quizás aún nos lo aleja hoy.

«Los españoles no nos damos cuenta de lo que tenemos», me dice de pronto. Almudena Grandes no habla con grandes rodeos. Tiene un mapa de nuestra historia en la cabeza, tiene un montón de hilos anudados en el laberinto de las calles antiguas y los territorios de conflictos y bonanzas, tiene un sentido especial para capturar atmósferas pasadas, para descubrir esos pliegues que han quedado ocultos, o secretos. Y la pasión por los detalles nace de su gusto por la vida doméstica, por lo que ya Galdós llamaba la historia desde abajo. Ahí es donde suceden realmente las cosas que importan. «Lo que le pasa a la gente corriente, la vida privada, es el mejor material para comprender un país», explica Almudena Grandes. «En todas las novelas de esta serie los protagonistas son gente pequeña, gente normal, que refleja a muchos miles de españoles anónimos que vivieron aproximadamente las mismas cosas».

Pero también es cierto que esa novela premiada ahora con el Nacional de Narrativa, ‘Los pacientes del doctor García’, va más allá del relato de la intrahistoria. Le digo a Almudena que no sólo revela algo no muy conocido, sino que tiene todas las características de una novela de espías. De nuevo, Almudena Grandes desenvolviendo un material que no muchos parecen haber advertido. O al que, cuanto menos, no se le dio la suficiente importancia. «Pero no deja de ser una novela sobre cómo se vivía en la España de la posguerra. Y sobre cuál fue el precio de la supervivencia para mucha gente», admite.

¿De qué habla este libro, ahora reconocido por el premio? De nuevo un episodio de nuestra historia. Un episodio nacional combinado con el nazismo. La red Stauffer. Que toma el nombre de Clara Stauffer, anclada, por supuesto, en la más absoluta realidad de los años cuarenta, desde el barrio de Argüelles de Madrid. Ni que decir tiene que Almudena Grandes se ha pateado todos esos escenarios. Y buscó documentación que conectara la historia de esta mujer, al frente de una organización clandestina de transporte de prófugos del Tercer Reich hacia Argentina, con la vida cotidiana de Madrid y también con la Historia con mayúsculas. Y buscó testimonios personales. «Esta red era realmente secreta, hermética. No resultaba fácil acceder. De hecho, solo hay una entrevista con la Stauffer en el ‘Daily Express’ (parece que el periodista se hizo pasar por alemán). No creo que yo hubiera podido escribir esta novela sin la aportación argentina. Clara nunca habló de su actividad en público, ni el gobierno español reconoció nada. Y los aliados menos. Sin embargo, hay archivos generados por un organismo oficial de acogida de nazis en la primera presidencia de Perón que se han podido consultar. Ahí están los libros de Uki Goñi, particularmente ‘La auténtica Odessa’ y ‘Perón y los alemanes’, donde este periodista argentino constata que todos los nazis que empiezan a llegar a Argentina lo hacen con pasaporte español. Este material para mí fue muy importante. Pero también hubo otras cosas, como el famoso álbum de fotos de Clara Stauffer [que cuando me percaté de él ya se había vendido], de las que podemos hablar».

Y hablamos. Pero no hay espacio aquí para contar todo este largo encuentro. Almudena Grandes se ríe pensando en la pulcritud de las anotaciones de la Stauffer en el álbum: «Dejándome dioptrías, he logrado leer a través de imágenes sus notas en lápiz blanco». Le digo que era pulcra y ordenada, como buena alemana, pero Almudena tercia y me asegura entre risas que ella también lo es. «Muy pulcra y ordenada, si», insiste. «A pesar de mi apariencia». Y se muere de risa. No así sus libros, que ya no caben en casa. Pero sí su documentación, con lo que siempre es exquisita. Haciendo cuadernos y más cuadernos. Con todos los detalles bien colocados. «Sin este sistema de trabajo, no podría escribir. Una novela empieza por tomar decisiones. Yo tengo que anotarlo todo. El argumento. La vida de cada personaje: todo me lo cuento a mí misma. Después voy desarrollando líneas del argumento, y luego, al final, la estructura. Para mí, lo mejor. Aunque nunca me sale a la primera… Es muy importante, porque una novela es como una casa. Si fallas en la arquitectura, todo se derrumba», cuenta con detalle.

Y hablamos más y más. Hablamos mucho de ‘Los pacientes del doctor García’ sin saber que unas semanas después (hace dos o tres días) va a ganar el Nacional de Narrativa. Hablamos de su amistad con Francisco Ayala, que tan decisivo fue para sus comienzos literarios. «Seguro que estaba harto de mí, aunque él decía que no. Yo preguntaba cosas. Ayala fue agente de Negrín, se movía con una cobertura diplomática. Me contó mucho sobre Negrín, casi todo, en realidad», me recuerda.

Nos despedimos. «¿Sabes?», me dice. «A los escritores siempre nos dicen que los lectores prefieren novelas con final feliz. Pero no es algo fácil en unos episodios como estos… Porque estos episodios son la crónica de un fracaso. Al menos para los personajes. El único final feliz que podía darles es que sobrevivieran al dictador. Y compensarles con su vida privada». Y una cosa más: «No pretendo ser objetiva, porque la objetividad es una quimera. No soy neutral. No puedo ser neutral con la anulación de las libertades y de la democracia. Odio esa corrección política sobre nuestra historia reciente que tenemos ahora… De pronto me he dado cuenta de que, aunque no llevo rastas, soy una antisistema».

Hay algo más en este libro, que ayer mismo apuntaba Almudena Grandes en su artículo de ‘El País’. La presencia del colegio Sierra Pambley, como emblema de la Institución Libre de Enseñanza. Que Almudena conoce gracias a la invitación que el recientemente desaparecido pintor Arroyo le hizo para que le visitara en Robles de Laciana, donde cabía todo su universo. Y por eso el diplomático republicano de ‘Los pacientes del doctor García’ se llama Manuel Arroyo. «Lo hice en su honor, me dice», encantada.

«¿Y lo de Cataluña?», le digo, ya de pie, casi en la calle. «Me niego a elegir entre lo malo y lo peor», responde, convencida.
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