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Los catalanes en sus tópicos (II)

José Luis Gavilanes Laso
22/10/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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En el artículo anterior habíamos hecho hincapié, someramente, en la condición de «valientes y belicosos», «orgullosos con pasiones violentas» y «avaros y amigos del lucro», como tópicos atribuidos a los catalanes. Centrémonos ahora, continuando en gran medida de la mano de Emilio Temprano (‘La selva de los tópicos’), de lo que se ha dicho de ellos como: «vengativos y constantes en la amistad», «amantes de la libertad», «laboriosos y emprendedores».

La terrible«venganza catalana» contrapuesta a la «firmeza en la amistad» de las gentes de Cataluña son dos características muy frecuentes mencionadas por los escritores españoles de los siglos XVI y XVII. «Que la venganza de los catalanes te alcance», era un dicho en verdad amenazador utilizado en situaciones pasionales, como pone de manifiesto Francisco de Moncada (‘Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos’, 1623, cap. XXXVIII). En el dialecto napolitano quedaron expresiones de «estocada catalana» y «lanzada catalana» para designar golpes mortales. Un proverbio siciliano aconseja: «Dios te guarde del cepo catalán» y también «Dios te guarde del viajero catalán» (Benedetto Croce ‘La Spagna nella vita italiana durante la Rinascenza’,cap. II).

Cervantes, que habla maravillas de Barcelona, sin embargo, al referirse a los catalanes, aragoneses y valencianos, dice ser gente algo crueles cuando se enojan, y que son gente vengativa unido al contrapunto de «firmes amistades» (‘El Quijote’ 2ª parte, cap. LXXII). A la vez que en el ‘Persiles y Segismunda’, dice que los «Corteses catalanes son gente enojada, terrible y pacífica, suave; gente que con facilidad da la vida por la honra» ( Libro III, cap. XII) .

Para Baltasar Gracián, que dijo cosas ásperas de la mayoría de los españoles, afirma de los catalanes que «saben ser amigos de sus amigos”; pero hay que tener cuidado con ellos porque «también son malos con sus enemigos» (‘El criticón’, 2ª parte. Crisi Tercera),

El portugués Francisco Manuel de Melo, en Barcelona durante la revuelta de los segadores de 1640, escribe el «durísimo natural» de los catalanes, «amantes de su libertad» e «inclinados a venganza». (‘Historia de los movimientos y separación y guerra de Cataluña’, 1667).

El cliché de la «venganza catalana» la recoge Pascual Madoz al afirmar que los catalanes son «temibles en sus venganzas», siempre, claro es, que se les agravie injustamente; y añade, que «tienen poco imperio sobre sí mismo para contener su resentimiento» (‘Diccionario’, tomo II).

Otra de las identidades atribuidas a los catalanes es la de ser amigos de su libertad. Carga las tintas sobre ello Diego Saavedra Fajardo en ‘Locuras de Europa’, donde describe que ninguna provincia gozaba de mayores bienes ni de más feliz libertad que Cataluña, porque ella era señora de sí misma, se gobernaba por sus propios fueros, estilos y costumbres.

Lope de Vega, en ‘El enemigo engañado’, define de forma amable a los alumnos catalanes que iban a estudiar a la Universidad de Salamanca: «La fama y la opinión / tan liberal, noble y franca / que llevan a Salamanca / los que van de esta nación» .

El estereotipo del catalán «laborioso y emprendedor» se fragua en el siglo XVIII, anteriormente esta característica ni siquiera se había mencionado. El tópico prende con fuerza y ya en el siglo XX y XXI muchos lo utilizan como una verdad más. Cadalso, en sus ‘Cartas marruecas’, dice, a grandes rasgos, que los catalanes son los pueblos más industriosos de España...Pero sus genios son poco tratables, únicamente dedicados a su propia ganancia en interés.

La «laboriosidad catalana» ha llegado a ser interpretada según el siguiente argumento un tanto prenazi: «El no haber tenido contacto con los musulmanes (...) ha hecho que el fatalismo, la pereza, la indolencia, y el régimen oriental aquí no arraigara. Así las influencias sanas de la raza Aria han podido fructificar con todo su esplendor. La raza continuamente cruzada con otras europeas, se ha mejorado» (Pompeyo Gener Babot, ‘Cosas de España’, 1903).

Más lejos va el político y jurista Francesc Cambó al afirmar en 1915: «Imaginaos por un momento lo que sería España si no existiese la industria catalana: España tendría escasamente doce millones de habitantes, que vivirían una vida miserable; las tierras del centro de España estarían yermas por no encontrar quien comprase los productos carísimos de un suelo ingrato; el presupuesto del Estado sería irrisorio y sus servicios rudimentarios; la balanza comercial española se saldaría con un déficit anual enorme, por donde se iría filtrandonuestra vida;los jornales de los obreros de toda España, privados de la fuerza ascensional del jornal catalán, serían jornales de hambre»

La mayoría de los estudiosos de la raza catalana tienen como ideas previas el nacionalismo en sus diferentes gradaciones. La idea cardinal radica en algo tan problemático y metafísico como el «alma catalana». A partir de ahí se hablará de superioridad «frente a los otros...» y hasta se harán exhaustivas mediciones de cráneos para demostrar que la estirpe catalana es superior, según el criterio del famoso doctor catalán Bartolomeu Robert en sus estudios antropométricos (‘Discurso sobre la aclimatación de la especie humana’, 1873).

En ‘O génio peninsular’ (1914), su autor, Ignácio de Loyola Ribera Rovira, defiende la idea de “três espíritus” peninsulares: «o galaico-português», que abarca la España atlántica; «o castelhano» que sometió a la España central todas las varias gentes de habla castellana; y «o catalâo», que unifica las poblaciones de la España mediterránea. Pese a que en Cataluña hay una gran variedad de tipos raciales, el castellano sería un cajón de sastre donde cabría el restopeninsular. Entrarían andaluces, aragoneses, leoneses, extremeños, navarros y vascos, porque estas regiones «están involucradas dentro de una misma disciplina patriótica que el nacionalismo castellano les impone». Por su parte, el profesor Luis Hoyos Sáinz, en ‘Los tipos raciales regionales (1952), afirma, entre otros conceptos de raza, que los que pertenecen a la «raza castellana» son «individualistas», con tendencias «místicas» y fanáticas», mientras que los agrupados en la «raza catalana» son «solidarios, tolerantes y prácticos».

Hablando de actitudes pasionales, frente al panegírico hacia lo catalán, hay que situar la catalanofobia de Quevedo quien califica a los catalanes de “aborto monstruoso de la política” y aún más furioso cuando afirma: «Esta gente, de natural tan contagiosa; esta provincia, apestada con esta gente; este laberinto de privilegios; este caos de fueros, que llaman condado, se atreve a proponer a su majestad que su gobierno mude de aires, quiero decir, de ministros» («La rebelión de Barcelona ni es por el huevo ni es por el fuero»). Tales posturas debieron producir reacciones furibundas anticastellanas entre los catalanes, similares a las contemporáneas de «España nos roba».

Un autor de nuestro tiempo, J. H. Elliot, interpreta en su libro ‘La revuelta de los catalanes: un estudio sobre la decadencia en España (1598-1640)’ (1963), como un período conflictivo y problemático: «Durante su revolución de 1640 Cataluña tuvo que darse cuenta, aunque de mala gana, de que formaba parte de España. Pero los acontecimientos que dieron lugar al estallido de la revolución no iban a olvidarse fácilmente. Dondequiera que la comunidad de intereses reclamaba, y aún reclama, la necesidad de la unión, las amargas memorias que sobreviven a los siglos sólo sirven para dividir. La revuelta de los catalanes compendiaba, y al mismo tiempo perfilaba, la tragedia de España». Sin duda es un interpretación llamativa que engarza con el criterio de Manuel Azaña, quien culpaba a Lluis Companys y sus correligionarios de ser los máximos responsables del alzamiento militar del 36 por su atrincheramiento en ideas separatistas. Continuará.
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