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Longevidad esforzada

15/11/2023
 Actualizado a 15/11/2023
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Adolfo Rodríguez Llamazares nació el 28 de agosto de 1923 en la localidad leonesa de Santa María del Condado. Al terminar agosto, cumplió cien años; como otros de esa generación tan sufrida y sacrificada de españoles a la que pertenece.

Pero ha sido una longevidad esforzada, adjetivo este último muy aplicable a la persona de Adolfo, tal y como el diccionario de la RAE define ‘esforzado’: «Valiente, animoso, alentado, de gran corazón y espíritu».

Definición que tanto cuadra también a la generación de nuestros padres, nacidos en un mundo rural pobre y abandonado, pero que fueron saliendo adelante con su esfuerzo y con un admirable coraje.

Adolfo Rodríguez Llamazares ha tenido cuatro hijas y un hijo. Fue informante nuestro, cuando recogimos las ‘Leyendas de tradición oral en la provincia de León’, y en ellas está documentada su sabiduría. Como lo está la de su pueblo en el libro ‘La presencia del pasado en un pueblo español. Santa María del Monte’ (1986), de la antropóloga Ruth Behar.

Adolfo Rodríguez Llamazares trabajaría, de muchacho, en varios pueblos de las riberas del Curueño y del Porma, cuidando jatos, regando prados, ayudando a los amos que lo contrataban. Con alguno, no quería volver, y su padre lo obligaba, utilizando el dicho de «Un año se pasa debajo un canto». Mejor le iría sería en Villimer, donde estuvo dos años, trabajando para un hacendado del pueblo.

Realizaría el servicio militar en Asturias. Trabajaría en la carretera de su pueblo. Y, tras casarse, levantó una casa en su localidad, empleando ¡once mil adobes!, elaborados en Los Pozones, humedal en la parte alta del caserío.

En los inicios de los años sesenta, vendría a vivir con los suyos a León, a la calle Cantareros. Trabajaría en empresas de estructuras metálicas con destino a la construcción. E incluso en alguna ferretería donde terminaría jubilándose.

Una de sus anécdotas es que él, en la empresa de hierros en que trabajaba, elaboró las estructuras metálicas de cada uno de los leones que flanquean el puente homónimo leonés sobre el Bernesga.

Su inquietud por promocionarse, hizo que Adolfo, ya residente en León, acudiera a las clases de enseñanza nocturna impartidas en Sierra Pambley, para completar su insuficiente instrucción escolar de niño.

María Jesús, su hija, profesora jubilada de instituto, y muy buena vecina, me desgrana episodios de la vida de Adolfo, su padre. A través de ellos, percibo cómo, de muchacho, Adolfo fue mozo de muchos amos, como le ocurriera al Lazarillo de Tormes. Pero, sobre todo, percibo cómo ha sido un hombre ‘esforzado’ de nuestra tierra, tal como define el término el diccionario académico. Que no es poco.

Enhorabuena, Adolfo, por tus cien años. Y a todos los tuyos.

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