21/05/2024
 Actualizado a 21/05/2024
Guardar

No puede ser más clara la montaña berciana cuando habla. Lo hace cuando ya entra en barrena, y llora piedras. Y lo hace a pecho descubierto, sin medir media mitad dónde las va a ir sembrando. Le da igual, lo mismo que les importó a aquellos que la horadaron para parir caminos de asfalto. Es una especie de venganza de rabia contenida, pero sí espectacular y compleja. Y el río vuelve al río, la tierra a la tierra, el polvo al polvo y los planos a los despachos de los arquitectos que empiezan de cero lo que era trabajo hecho. De cero el lienzo, no la calculadora que le pondrá precio a limitar el llanto de la roca.

En el Bierzo sabemos de esos regresos como nadie. Cuando un viaducto se viene abajo porque la calidad esponjosa de la tierra no le deja erguirse más, cuando las minas de hierro borbotean por las entrañas de la roca que les hace cosquillas y responden hundiendo casas en Onamio, cuando el camino a Peranzanes se vuelve imposible y ahora llegar a Villablino es una odisea, es que no hemos entendido muy bien el idioma de la naturaleza. Porque nada llegó de la nada. La montaña avisa, como el río. Siempre. A veces con un murmullo, pero leerla es lo que puede rescatarnos del susto. Solemos emplear un analfabetismo supino en esta empresa. Y una sordera imposible. Ni leemos ni escuchamos, ni oímos ni vemos. Solo tenemos prisa y eso, como siempre, nos sentencia  a una inmediatez que no se gasta, mientras todo su escenario sí lo hace. Y el mensaje pasa de largo, hasta que se hace estruendo o suceso.

En el primero, nos sepulta al borde de la parada cardiaca, en el segundo nos sepulta, sin más. Y lloramos como hace la montaña, pero no piedras. Enfermamos por la imposibilidad de dar la vuelta y escuchar. Y lo hacemos siempre tarde. De ahí que seamos una comarca de sobresaltos atrapados en luchas intestinas de yo avise, y yo avisé más, y yo antes, y yo más antes. Las piedras siguen cayendo de los ojos de la cumbre, mientras ve como todos cogen un pañuelo con el que limpiarlas, pero  se empujan unos a otros para hacerlo los primeros. Y, así, se le empaña la mirada a la montaña, sin conseguir consuelo y dejándose al desequilibrio de seguir cayendo. 

Lo más leído