24/12/2023
 Actualizado a 24/12/2023
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Uno de los grandes hombres nacidos en tierra leonesa, cuya elevada estatura era directamente proporcional a su alta cualidad personal y literaria, ha sido, sin duda, Ramón Carnicer Blanco (1912-2007). Doctor en Filología Románica, profesor en la universidades de Barcelona, Zaragoza y la City University de Nueva York, viajó por muchos países, colaboró en ochenta periódicos y revistas y fue  autor de 25 libros. Destaca entre estos últimos ‘Donde las Hurdes se llaman Cabrera’, extraordinario documento de gran repercusión sobre la comarca leonesa entonces abandonada a su suerte por lo poderes públicos. (Para más información sobre Ramón Carnicer es obligado consultar los trabajos de César Gavela, José Enrique Martínez y su propio hijo Alonso Carnicer).

Ramón fue un hombre de letras con un gran dominio del idioma. Nunca olvidó sus raíces bercianas como buen camino para ser universal, pues era hombre que no solo amaba haber nacido en Villafranca del Bierzo, amaba también la provincia leonesa, y a Castilla, tierra de su padre vallisoletano, y al mundo entero. En Ginebra conoció a la irlandesa Doireann MacDermott con la cual se casó, estuvo unido durante 60 años y tradujo libros del francés, inglés y del alemán. 

Para considerar sus cualidades literarias, centrémonos en uno de sus relatos titulado ‘La llave’, escrito en 1997, formando parte de los reunidos en el libro ‘Cajón de alfayate’, publicado últimamente por el Instituto de Estudios Bercianos, en 2008.

Narra su autor en este relato cómo las mujeres, en el primer cuarto del siglo pasado, además de carecer de derecho de sufragio, podían ser objeto de cesión de un hombre a otro en los bailes populares. Una experiencia que yo mismo todavía experimenté de joven en las verbenas de los barrios y en las fiestas de los pueblos. Las mujeres podían ser objeto de cesión de un hombre a otro. No solo se les pedía conformidad, sino que se les estaba vedado o era mal visto oponerse a la cesión, como si los danzantes fueran sus dueños o poseedores temporales. Lejos de sentir tales cesiones como una humillación, las mujeres cedidas consideraban los reiterados trueques o cambios de pareja como un éxito. Para la transferencia bastaba con que el aspirante se acercara a la pareja de baile y dijese al varón: «¿me la cedes?», «¿se puede?», «con permiso» e inmediatamente se asía en marcha la mano de la hembra hasta producirse una nueva transferencia.

Cuenta seguidamente el autor en el mencionado relato que por aquella época las transferencias se hacían con gran cortesía verbal, en expresiones como: «caballero», «señora», «señorita», «usted perdone», «muchas gracias», etc...

Pues bien, Ramón Carnicer finaliza la narración describiendo que la joven de una de las parejas de baile, dirigiéndose a su enlace ocasional le rogó:

– Caballero, ¿quiere usted sacarse esa llave que lleva en el bolsillo del pantalón? (Advierte Ramón Carnicer, para mayor comprensión del ruego, que la industria cerrajera no había llegado a la producción del hoy llamado llavín, que franquea las puertas de los pisos y que por su reducido tamaño puede llevarse en un bolsillo del chaleco. Por el contrario, las llaves de entonces eran de a palmo, con muy salientes guardas y con un eje, mango y asidero muy cumplido también, todo lo cual obligaba a llevarlas en un bolsillo de la chaqueta o, en su ausencia, del pantalón, conforme suponía la solicitante).

Y respondió el interrogado: –No es llave, señorita. Es la polla.

–¡Ah! Entonces, sigamos  –dijo la joven dando por pertinente la aclaración.

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