Hay mujeres que no salieron nunca del pueblo,
pero abrieron camino más allá de los mapas.
Mujeres que no sabían escribir su nombre,
pero nos enseñaron a nombrarnos.
Mujeres sin pancartas ni micrófonos,
pero con el coraje de quien se planta en mitad del mundo
y dice “hasta aquí”.
A veces las imagino alineadas,
como un ejército sin uniforme:
con los delantales, los sabañones, los ojos hundidos de tanto mirar hacia dentro.
Pero también con una luz rara, como de bosque,
como si supieran algo que el mundo aún no ha entendido.
Pienso en las que aprendieron a callar y aun así hablaban con la mirada.
En las que rezaban mientras planchaban,
pero también dudaban.
En las que metieron libros en la maleta de sus hijas.
En las que miraron a su nieta con orgullo cuando dijo:
“no quiero tener miedo nunca más”.
Todas ellas, aunque no lo supieran,
forman parte del linaje de las que abrieron brecha.
Las que sostuvieron sin que nadie lo viera.
Las que soñaron con una libertad que no conocieron
pero intuyeron.
Y aquí estamos nosotras.
Cruzando las sendas que ellas abrieron a medias.
Nombrando lo que ellas no pudieron decir.
Viviendo con las manos sueltas
lo que ellas vivieron con los puños apretados.
Hay días en que siento que les debo tanto
que me arde la lengua si no escribo.
Porque, al final, eso también es feminismo:
honrar la memoria de las que resistieron en silencio
para que nosotras podamos alzar la voz.