Cuando las hojas amarillas de los árboles van cayendo y todo el mundo parece aguardar la llegada inexorable de la nieve, los auto-proclamados progresistas, que ahora dirigen el cotarro, se encuentran tan cercados por la corrupción que hasta celebran sus peticiones de perdón a México por haber invadido su historia hace quinientos años y haberlo llenado de universidades. Y eso que el encargado de la proclamación no parece representarse más que a sí mismo por la escasa repercusión de su proclama.
Juntos salen, por un lado, las memorias del Rey emérito D. Juan Carlos de Borbón, y los dos premios Planeta de este año. Tres libros muy esperados por gran cantidad de lectores deseosos de comprobar si los autores se retratan tan cual son o a través de un montón de espejos rotos como hace el mejicano-asturiano Gonzalo Celorio, útimo premio del Instituto Cervantes.
En realidad «la gente» se encuentra más pendiente de qué ciudades iluminan antes sus calles dándoles aspectos navideños, y del traslado de domicilio de Yamine Lamal al chalet en el que vivieron. el futbolista y la cantante, dos iconos de la fama del mundo mundial. Y otros, más metidos en harina progresista, de si el novio de Ayuso debe suicidarse como parecía dudar durante el juicio al Fiscal Supremo del Estado.
Los libros vivos cumplen una función de testimonio, que puede ayudar o no a los demás a comprender el mundo, pero estos otros, muertos, nacen con tan solo vocación de entretenimiento. Y es elector quien, sin llamarse a engaño, debe eligir lo que prefiere.. Por eso, los profesionales de la literatura, deberían respetar en público los gustos de nada uno, optando ellos por disfrutar de aquellos otros libros, todos sabemos cuales, que son en los que se encuentra el verdadero ser humano, con todas sus vicisitudes pasiones y contradicciones, y que han contribuido a que el ser humano aprenda a distinguir a quién se debe pedir perdón, o no, después de 500 años.
Si al Rey Emérito se le fue la fuerza por abajo y perdió el oremus Si a los del Planeta les pagan una pasta gansa es cosa del mercado. Pero si a Ciro Caviedo, el personaje de la última de nuestro Luis Mateo (’El vigía de la esquinas’) le agreden unos varones provectos eso ya es a parte. Como cuando a Don Quijote se le subía la bilirrubina y se lanzaba contra los molinos de viento. Porque lo que importa en los libros son las enseñanzas. Las de Ciro Cavedo, un tipo preocupado por que «todos los vecinos pudiesen subsistir, aunque solo fuera con lo puesto».