29/08/2023
 Actualizado a 29/08/2023
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Un día nuestro gran Gustavo Adolfo Bécquer escribió: «Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... yo no sé qué te diera por un beso».  Pero jamás podría imaginar el poeta la transcendencia y consecuencias que un beso podría generar, convirtiéndose en primera noticia nacional, y haciendo que pase a un segundo plano un acontecimiento tan importante como el triunfo a nivel mundial de la selección española femenina de futbol.  Por otra parte para alguno tal vez habría que cambiar las últimas líneas: «por un beso… yo no sé cuánto daría por no haberte besado». O «Maldita la hora en que te besé».

Lo cierto es que debo pedir perdón por caer en la tentación de escribir sobre un tema del que ahora todo el mundo habla y escribe, como si fuera el problema más importante de España o como si no hubiera otros temas más importantes y preocupantes. Sin duda eso es fruto del gran poder de los medios, no solo para informar, sino a veces para distorsionar la realidad.

Por supuesto que no es mi intención ni condenar ni defender a un personaje tan singular y polémico como el protagonista de uno de los ósculos que entrará a formar parte de la lista de los besos más famosos de la historia, cuyo primer puesto sigue ocupando el beso de Judas. Para valorar moralmente una acción no basta con atenerse a unos datos objetivos, sino que es fundamental tener en cuenta las circunstancias que determinan si un acto humano es más o menos bueno o más o menos malo. Y no es tan fácil como parece. Un beso en sí mismo no es ni malo ni bueno, sino que  son las circunstancias las que deciden.

Uno de los libros más bellos y poéticos de la Biblia, El Cantar de los Cantares. comienza diciendo: «Que me bese con los besos de su boca» y en los Evangelios se habla de un beso que es sinónimo de traición. Muchos recordamos, cuando España ganó la copa del mundo en  Sudáfrica, el apasionado beso de Casillas y Sara Carbonero, fruto de la emoción y del amor. En el caso que ahora nos ocupa ciertamente no se trata de un fruto del amor, pero tal vez sí de la emoción. De ninguna manera es políticamente correcto justificarlo y no parece que mucha gente pueda atreverse a hacerlo, aunque pensara de otra manera. Lo que ocurre es que hay mucha hipocresía a la hora de pedir dimisiones, pues por cuestiones muchísimo más graves aquí no dimite nadie.

Terminamos de nuevo con Bécquer, actualizado: «Por una mirada, un  mundo; por una sonrisa un cielo; por un beso… jamás se había armado tanto revuelo».

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