Apenas han pasado unos días desde que se proclamó el Habemus Papam desde el balcón central de la basílica de San pedro, en la ciudad del Vaticano.
Se esperaba este anuncio desde el comienzo del cónclave, en el que sería elegido el Papa 267 de la iglesia católica. Por fervor, por interés o por mera curiosidad, las miradas de creyentes y no creyentes estaban puestas en esa chimenea como única forma de conocer el resultado de lo que estaba sucediendo de puertas adentro.
La expectación venía además motivada por la caja de pandora que dejó abierta Francisco I con sus actuaciones y declaraciones respecto a varios temas que han generado polémicas, controversia y una enorme división interna.
Hay interés en conocer qué rumbo tomará la iglesia con esta elección.
Un sucesor que continúe ahondando en la necesidad de revisar, actualizar o cambiar ciertos aspectos en un intento de adaptarse y acercarse al mundo actual.
O bien alguien que prefiera la comodidad de mantenerse ajeno a las realidades del siglo XXI, en una especie de universo paralelo.
El nuevo papa se encuentra con una situación convulsa en muchos sentidos; conflictos armados, avance sin control de la inteligencia artificial, crisis climática…
Será todo un reto tomar las decisiones más adecuadas ante tal panorama.
No ha transcurrido ni una semana desde su presentación, pero ya hay cientos de opiniones sobre esa persona. Muchas de ellas formadas simplemente en base a teorías, bulos o ideologías, sin fundamento sólido.
En su encuentro con los medios, León XIV pidió desarmar las palabras.
No es un mal consejo, a veces las informaciones erróneas pueden convertirse en la más mortal de las armas.
El tiempo dirá si León XIV opta o no por acometer reformas. Poco a poco se aclarará qué posturas va a adoptar frente a todos esos asuntos que tantas ampollas levantan.
Es innegable que todo en la vida está en permanente evolución, agrade o no. La iglesia también, no es una excepción.
Puede aplicarse la frase de Darwin, toca adaptarse o morir.