Hablamos de una ciudad que recibe al viajero con equívoca acogida: si no te gusta León, etcétera. Bienvenida digna del posterior arqueo de pernoctaciones. Ilustra el dicho un paisano que prefiere acuchillen a su hijo con la cubertería familiar. Los tópicos son así, absurdos, y cualquier curiosidad por ridícula o vulgar que sea merece la atención de tropeles con tal de usar la cámara del teléfono para descubrir una loseta partida con la forma del mapa de Estonia. En esto nuestro tiempo no se distingue de otros. En el medioevo, momento que tanto complace a munícipes y gentes proclives al disfraz ceremonial, el personal viajaba penosa y largamente para postrarse ante rótulas y padrastros de dedo amputados e imputados a cualquier nombre precedido de ‘san’. En época menos reciente se hacían viajes para tomar aguas cuyas virtudes no superaban las del manantial vecino. En días más nuestros ocurre más o menos lo mismo con la apetencia de quemazones y alcoholes de menor importe. El caso es zascandilear.
Los atractivos, poco explicables de por sí, se suelen atribuir en esta tierra a tres aspectos: monumentos, suculencias y naturaleza. Veámoslos en orden inverso. La naturaleza ha sido generosa con esta región. Aunque casi el único mérito de sus pobladores, como el de tantas o todas, haya sido menguar esos encantos y afligir su condición primigenia. Pese a todo, la naturaleza persevera. Respecto al ponderadísimo comer y beber, aparte la cuestionable salubridad del mantenimiento de tal dieta –sea pues, tenida por excepción–, se adoba en general (que no en particular) de trato tabernario acorde a su digestión. Y de pimentón.
Por fin, para el rocoso encanto monumental, hay bibliografías. Hojeo y ojeo al caso un ‘Manual del turista’ escrito por don Casto Alonso Gómez, Inspector de Segunda clase del Cuerpo general de la Policía, premiado por el Ayuntamiento leonés, declarado de utilidad pública por la Diputación provincial y censurado por el Obispado (arf, arf, luego dicen de los trámites de ahora). En él, prologa el autor, trata sobre milenarias piedras, blasones, orgullo, hidalguía, hospitalidad, gran corazón y otras virtudes todas (menos lo del corazón: que sea grande no es sano) que adornan y adornarán al leonés de buena cuna por los siglos de los siglos. Dicho en seis idiomas. El tópico es políglota o no es nada. Continúa ofreciendo, provisto de complaciente consideración, un itinerario a quienes disponen de poco tiempo en la ciudad, y recomienda Catedral, San Isidoro y San Marcos, ¡qué ideas! Para el viajero más parsimonioso, abre un repertorio mayor advirtiendo que la enumeración detallada de tantísimas tentaciones culturales no cabe en las páginas que puede dedicarles. Aunque publicado en 1953, en el libro no consta fecha, porque tales atributos y explicaciones son, por supuesto, atemporales. Eternos. Tópicos.