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León no logra tener visibilidad

03/07/2023
 Actualizado a 03/07/2023
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Las cosas suceden, los hechos son los hechos, pero en realidad casi nada existe si no se cuenta. Si no se sabe contar. Si no se logra contar. León empieza a ser víctima de la ausencia de relato público, de la más absoluta falta de visibilidad mediática. Casi es una ironía en una tierra en la que tantas historias han nacido y tantos buenos contadores de historias hay. Pero el relato contemporáneo de esta ciudad, de esta provincia, se pierde casi a diario en medio de unas extrañas e inexplicables tinieblas.

Ya sean tinieblas propias o ajenas, que de todo hay. Lo cierto es que el ruido de la incomodidad o de la insatisfacción apenas sobrepasa las plazas domésticas, los corrillos cercanos o los titulares provinciales. El silencio es lo que domina: de León nada, o muy poco, se dice. Y lo que no se narra, en efecto, no existe. No soy amigo de creer en confabulaciones, ni me gustan los tintes conspiranoicos (tan de moda, sin embargo), pero alguna razón habrá para explicar esta inexistencia, este vacío, esta insoportable levedad.

Y lo curioso es que León apenas tiene visibilidad ni para lo bueno ni para lo malo. Eso es lo peor. Empiezas a temer que algo grave sucede cuando no logras un eco importante ni siquiera en cosas que podrían no afectar a terceros, ni implicar críticas amargas. Admitamos que la reivindicación leonesa, cada vez más presente entre nosotros, puede hacer que esta provincia sea incómoda para algunos, a la búsqueda del reconocimiento de los muchos agravios (lo de subsanarlos ya es harina de otro costal). Pero tampoco importa en exceso que lo que haya que contar no sea especialmente incómodo, incluso que se trate de algo abiertamente positivo y digno de celebración. Inexorablemente también termina sumido en la práctica irrelevancia.

Hay innumerables ejemplos de todo esto. Pero tenemos uno muy cercano. La cumbre celebrada estos días en el claustro de San Isidoro, con la presencia del rey, una reunión de gran importancia que daba inicio al turno de la presidencia española de la Unión Europea, apenas ha atravesado los límites provinciales. Claro que los medios locales han hecho un seguimiento detallado del evento (¡faltaría más!), pero eso ha sido todo, prácticamente. ¿Por qué? ¿Cuál es la razón que justifica que un gran encuentro europeísta, en el mismo lugar en el que en 1188 tuvo lugar la Curia Regia de Alfonso IX, en el que se reunieron Cortes con participación del pueblo llano que dieron lugar a la declaración de los conocidos como Decreta, haya pasado prácticamente desapercibido, salvo alguna fotografía de las altas personalidades, más allá del contexto puramente leonés? No se comprende.

Es cierto que el momento era complejo informativamente. Ahí estaba el fragor de una campaña electoral muy polarizada (antes de comenzar oficialmente), con esa pasión por escrutar una y mil veces los liderazgos que se enfrentarán en singular batalla, ahí estaba la emblemática vista de Pedro Sánchez a Kiev, también relacionada con la presidencia española de la UE, o los problemas sociales que arden cada noche en el corazón de Francia… En fin, muchas cosas. Pero hace tiempo que estamos acostumbrados a una gran densidad informativa, a los rótulos de ‘urgente’ parpadeando a cada paso en las pantallas. Hay que mantener al público alerta, convertir la narración de las noticias en una especie de carrusel que enlaza unas con otras hasta dejarnos sin aliento. Sí, vivimos tiempos así. Que el ruido no pare. Que no haya tregua para el ciudadano.

Pero, a pesar de todo esto, ¿no había unos minutos para contar lo que estaba sucediendo en León? ¿Para contextualizarlo adecuadamente? ¿Para insistir en la importancia del parlamentarismo, que es tanto como decir insistir en la necesidad de defender las democracias, sometidas a una grave presión en estos días que corren? Porque las cosas no importan sólo cuando suceden, sino que importan por lo que implican, por su trascendencia para el futuro. Vivimos una grave enfermedad de presentismo inane, que considera que todo nace y muere en el momento, que todo se diluye en segundos, que una cosa derriba y elimina la anterior, lo que deriva, en efecto, en un pasmoso infantilismo contemporáneo. Fuera de León esta cumbre ha existido poco. Su reflejo ha sido escueto, pobre, apenas breves líneas o unas imágenes de compromiso, sin aludir a la significación histórica que encerraba el evento. Esperemos que no haya sido por desconocimiento. Pero ¿quién sabe?

No quiero pensar que se trata de una invisibilidad buscada desde más allá de nuestras lindes, sino, más bien, el resultado lógico de una reiterada ausencia de la primera línea informativa, algo que, a qué negarlo, afecta a toda la España vaciada, a la que se supone vacía también de relevancia en todos los campos, como no sea para repetir una vez más los desastres del envejecimiento y la despoblación y, si acaso, los males de la escasez de agua. Desastres sobre los que se merodea y sobrevuela, más que otra cosa. Los reportajes de ámbito nacional (al menos ayer se emitió un documental sobre Riaño en Televisión Española) suelen ser excepcionales, se diría que se llega hasta aquí, a veces, como quien llega a un área remota y de difícil acceso, tipo National Geographic, para contar alguna singularidad... ¡Ah, estos simpáticos pueblos apartados que de vez en cuando sorprenden a la España moderna y vertebrada!

León no puede estar sometido a esa exótica excepcionalidad informativa. O nos falta relato actual (las tradiciones, eso sí, están bien representadas: a veces se diría que es lo único que nos importa) o nos falta fuerza y presencia para contarlo. ¿Desidia? ¿Falta de autoestima? (lean la columna de ayer del director de este periódico: no cambio ni una coma) ¿Escepticismo? Somos unos escépticos estupendos, es verdad, y de eso ya hemos hablado… Y bueno, quizás no sin razón. A veces, de puro cansancio, se bajan los brazos.

Por cansancio, escepticismo o desgaste histórico, hemos perdido talento, juventud, hemos agostado iniciativas, y me atrevo a decir que, entre unos y otros, corremos el peligro de ser arrastrados a la irrelevancia. Al silencio. A la inexistencia o casi (como ha pasado con esta cumbre). Han tenido que llegar los dos astronautas leoneses para que, milagrosamente, se levantara una ola de aprecio hacia el talento, hacia el esfuerzo, sin sombra (creo) de escepticismo. Cuando lo vi, casi me sorprendí. ¡Al fin! ¿Por qué no seguir ese modelo, por qué no contar lo nuestro, por qué no abrirnos desde el relato contemporáneo? Lo que no pase de nuestras lindes no importará a casi nadie.
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