Un nuevo palabro se ha venido a instalar en nuestras vidas a raíz de los manejos políticos para conseguir el apoyo a la presidencia del gobierno. Y, naturalmente, había de ser un anglicismo: Lawfare. Según la RAE: Persecución judicial; Instrumentalización de la justicia; Judicialización de la política. Es decir, el fin de la tan cacareada separación de los poderes públicos. La justicia al servicio del poder de turno. El carro delante de los bueyes. Un sindiós.
«El imperio de la ley», que se nos presentaba como un sol saliendo sobre la democracia e iluminando un cosmos de libertades que manejaba el mantra de: «la ley emana del pueblo», es decir: las normas que rigen nuestra sociedad serán las que nos hayamos dado nosotros mismos, en plena libertad, sin opresión alguna, y utilizando un método expuesto a todos los controles externos. ¡Vaya bien! ¿Y, quien hace que se cumpla?
Lo que no nos dijeron es que la ley es manipulable, interpretable, y no siempre el resultado es el que corresponde a las verdaderas intenciones del legislador (que sigue siendo el pueblo). La ley, en manos del poder, es ya otra cosa. Y en manos del poder autócrata, no digamos. Y, cuando llega ese momento en el que el autócrata pierde su autoridad moral al «rectificar» a cada instante, y se convierte en un manual del «donde dije digo, digo Diego» entonces es cuando comienza la sociedad civil a soliviantarse y reclamar seriedad y cordura.
Es que me ha votado el pueblo. No, señor: ni siquiera la mitad del pueblo. Es que yo lo hago por el bien común. Toma, y yo no creo en Vd. ya nada de lo que diga puesto que ha perdido toda credibilidad vendiéndose. ¡Si hasta muchos de sus conmilitones lo dicen! Pactar por dinero para mantenerse en un cargo es atentar contra el criterio de los poetas, esos seres azules que sobrevuelan como gaviotas sobre los náufragos.
Llueve sobre mojado. Como escribiera nuestro último Cervantes, Luis Mateo Díez, cuando era poeta, que lo fue y grande: «Porque, señores nuestros, son ustedes / tenaces con la lluvia / y no se dan cuenta / de que llueve sobre mojado / desde el mismo día / en que tuvimos uso de razón» (Equibo Claraboya. El Bardo. 1971) Porque, que lo hayan hecho también los del otro bando no justifica lo que usted hace, Señor Sánchez. Y menos el tener que obligarnos a hablar inglés sin que nos hiciera ninguna gracia. Ni ninguna falta. Solo nos queda el estornudo.
«Irremisiblemente acabaremos constipados /y ojalá el estornudo /sirva para reventar tanta monserga».