Llevo un verano...; me he dado cuenta de una cosa que no me gusta nada de nada: doy lástima; no a todo el mundo, claro, pero sí a una parte muy importante, al menos para mi, cinco o seis personas, todo lo más, justo a las que no debería nunca, nunca, dar lástima.
La lástima es un sentimiento muy humano. Sentir compasión por los males de alguien forma parte de nuestro adn, es consustancial al derecho natural que todos los hombres deberíamos obedecer al pie de la letra. ¿Cómo no sentir lástima de los muertos, de los heridos, de los que se han quedado sin hogar en el terremoto de Italia? ¿Cómo no compadecerse de los hombres a los que los incendios han destruido su casa o su hacienda? ¿Cómo no hacer un gesto lastimero hacia los estúpidos que nos van a abocar a las terceras elecciones en un año?, aunque, a lo mejor, hacía estos había que sentir pena, o asco, (asquito que dice Gistau), o desprecio, o incredulidad...
Un día cualquiera, la naturaleza se levanta cachonda y llama al viento austral y le dice que sople sobre Alabama (pongo por caso), y que se lleve todo por delante. Los muertos son ‘daños colaterales’, gente que estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada, personas que mueren sin saberporqué, herencia destruida, carne de cañón, estadísticas en un libro impersonal...A uno, en este caso, se le revuelven las tripas, le vienen las lágrimas a los ojos sin querer y siente una pena que le impide ni siquiera pensar con coherencia. Siente lástima de los que se han ido y de los que quedan para enterrarles, siente lástima por todos y cada uno del resto de los siete mil millones de seres humanos que quedan para sufrir en el mundo.
Se puede sentir lástima por un amigo o conocido que tiene cáncer, o por alguien a quien le ha dejado su compañera(o), o por aquel tonto de Sopeña, Geto, que decía aquello de «¡padre, no me pegue, que ya soy mozo y me salen mocos por la picha!».
Se debe de tener lástima de todo aquel que sufre y, como en este perro mundo, todos, menos los idiotas, sufrimos, es menester sacar esta compasión a pasear más a menudo de lo que nos gustaría.
Lo que sucede es que, como en todo, pecamos por exceso. Hay ‘lastimeros’ profesionales, casi como las antiguas plañideras de los entierros de postín. Los ‘lastimeros’ están extendidos como una plaga de langostas: periodistas que nos flagelan con sus puntos de vista, todo menos objetivos, con los que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molinos, «lástima que no haya ganado Podemos, mejorarían mucho las cosas», o de carretilla de juguete, «lástima que no le den el balón de oro a Cristiano todos los años». Políticos incapaces que se quejan de las cosas malas que no han sabido impedir, «si que es lástima lo de las cuencas mineras», o que han permitido a sabiendas, «lástima lo de los cupos de leche; Europa se ha cargado la ganadería en el norte de España». Y luego los nostálgicos, «lástima que se haya muerto Marlon Brando, ¡ese si que llenaba la pantalla!», o, «lástima que no pudieses ver el valle de Riaño antes del pantano, ¡mira que era precioso!», o como los buenos samaritanos que se compadecen de todos y sientes lástima de todos, como aquella mujer que era tan tonta tan tonta, y a la que le daban lástima todos que pensaba que una corrida benéfica era follar con un pobre... Como intenté explicar más arriba, todos tenemos cientos de motivos para estar desilusionados, para sentir lástima y desconsuelo por lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero no debe ser una disculpa para no vivir. Además, y ahí está lo grave, lo que me atañe a mi, no se puede confundir el culo con las témporas. Todos tenemos que pasar por malos momentos, por etapas de desconsuelo o de furor, según el temperamento de cada cual, pero esto no debe de dar derecho a una mujer a ofrecer su hombro sin sentir nada, sólo por lástima.
Salud y anarquía.

Lástima
15/09/2016
Actualizado a
10/09/2019
Comentarios
Guardar
Lo más leído