18/06/2023
 Actualizado a 18/06/2023
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Una era una mujer menuda de hombros adelantados forrados por un maillot de lycra roja sobre el que brillaba el acero de un piñón y de una cadena ciclistas colgados del cuello, una sien al tres y el resto del pelo cardado volcado hacia el lado opuesto, los ojos teñidos por gafas de lentes naranjas puro ángulo.

El otro era un hombre con el torso desnudo, las manos de uñas bicolores enmarcando las mandíbulas, los labios muy gruesos y la nariz plana perforada por un aro, el pelo rizo rojo sobre la piel oscura, ojos ocultos por gafas de avispa.

Missy Giove y Dennis Rodman eran los fascinantes ángeles caídos cuya estampa demoníaca me indujo al pecado. Las gafas Oakley que usaban se convirtieron en objeto de deseo para el chavalito materialista no marxista de 1996. Que la primera vez que me probé unas, las lentes me doblegaran las pestañas, las patillas me tunelaran el hueso temporal del cráneo y el puente me cavase una trinchera en la nariz eran minucias del acomodo.

Desde California, Oakley comenzó la fabricación de gafas con las pioneras O-Frame con lente de una pieza para deportes de riesgo. Luego, le puso buenas pantallas a Greg Lemond para darse a conocer en Europa. Años después, con las Eye Jacket, rompieron el mercado casual y sufrieron un aluvión de imitaciones de su diseño véspido. Después llegarían Jordan con las Romeo y Lance Armstrong con las M-Frame seguido de todo el equipo olímpico estadounidense. Al Davids de la Juve sus Oakley le asimilaban a un guerrero antiguo. El resto es historia.

Hasta que ahora me enturbian el recuerdo de todos esos personajes controvertidos con una campaña protagonizada por Mbappé de falso puritanismo gafal. El futbolista francés, conocido por su intransigente exigencia (olé con eso) en la explotación de su imagen, anuncia Oakley con un mensaje de honestidad y superación que sería muy positivo y exitoso si no fuese porque ilustran la campaña con imágenes que más que traslucir esos valores, le hacen parecer un monigote materialista al que visten y obligan a sonreír bajo gafas enormes. Justo lo contrario de los indómitos demonios del descenso y el baloncesto que me conturbaron hasta conseguir de mí que cruzase la no tan delgada línea roja. Todo por tener las Oakley.
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