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La teoría de los impares

13/07/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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Cuando me encontraba estos días con el nerviosismo habitual previo a las vacaciones, me llegó una foto que ha trastocado mi tranquilidad. Era de mis inicios en esto del periodismo hace casi quince años, en la radio verde que tan bien lustra y da esplendor en la provincia Luis Cañón, el único madridista que ha logrado callarme (no es fácil, créanme), aunque el que me envió la imagen lo lleve intentando casi desde que nació. El caso es que me he dado cuenta de que después de tantos años vuelvo a cumplir con la teoría de los impares, esa que nos da la supremacía máxima a los que así nos movemos por el mundo. O eso quiero yo pensar. Porque allí estaba yo entrevistando a dos jóvenes que según decían, bebían fanta naranja pese a ser la fiesta más grande de Ciudad Rodrigo, y lo hacía solo, aunque vigilado por los que eran entonces mis jefes y maestros. Ahora mi trabajo periodístico es en equipo, como es obvio, porque en un periódico el que va por su cuenta no puede llegar muy lejos si de verdad quiere ser un buen profesional.

Pero ser impar está bien. Se consiguen cosas, se logran objetivos, por muy señalado que quede uno porque siempre sea el que rompe el equilibrio, que se nota hasta cuando te repartes para ir en en varios coches. Y claro, si esto se lleva a la política, en un país como el nuestro en el que pocas veces se suma y se acuerda porque siempre hay que guardar el sillón propio antes que permitir el ajeno, nos da como resultado el bloqueo que se vive actualmente. Así que la teoría de los impares, esa supremacía en la que yo tan a gusto creo sentirme, se deshace cuando vemos que el apestado es elPP, al que nadie quiere llevar en su coche. Así que si dentro de 15 años se me pone cara de Mariano Rajoy, ni se acerquen. Tampoco me voten.
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