28/05/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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El poder es, junto con el dinero y el placer, uno de esos dioses, con minúscula, que tantos devotos tienen en nuestra sociedad. Son tantos los que lo buscan que no les queda otro remedio que repartirlo. Y en esa lucha por repartirlo, como si de una tarta se tratara, a veces vale todo. Se supone que ese afán por mandar debería considerarse como un servicio a la sociedad con el fin de mejorarla. En este caso se trataría de una noble tarea. Pero mucho nos tememos que ese amor a los demás, químicamente puro, desinteresado, no siempre existe. Lo cual no quiere decir que no haya personas que sí buscan realmente servir y no servirse.

Lo que ocurre es que ser diputado o concejal o alcalde o presidente del gobierno o ministro… tiene su compensación económica y social. Y entonces existe la tentación de buscar solamente el propio interés. Pero para ello es preciso ganarse el favor de la gente, de los votantes. Una forma de hacerlo es decirles lo que les gusta o prometerles lo que les agrada, aunque no se tenga la más mínima intención de cumplirlo o, siendo realistas, a sabiendas de que no es posible llevarlo a la práctica. Entretanto lo de menos es que las cosas vayan mejor.

Volviendo a la metáfora de la tarta, a la hora de repartirla, se trata de coger el trozo más grande y hacer los medios para que a los otros les toque lo menos posible. Surge entonces una lucha encarnizada para descalificar a los adversarios. En esta lucha siempre hay unos más hábiles que otros. Los hay especialistas en disimular sus fallos por grandes que sean y engrandecer los vicios de los demás. Ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Por poner un ejemplo concreto, los mismos que hacen carantoñas a la extrema izquierda advierten del pánico de la llegada de la llamada extrema derecha. Los mismos que critican el más mínimo atisbo de corrupción en el adversario, cierran sus ojos ante la que superan con creces los propios.

La lucha por el poder hace que algunos justifiquen pactos con el mismo diablo y, por supuesto, con los mayores enemigos de España. La lucha por el poder ha dividido a la derecha en España y ha conseguido que, siendo bastante afines en sus pensamientos, estén divididos de tal forma que consigan la inutilidad de muchos de los votos recibidos. Por eso si lo que buscaran realmente es servir y no servirse deberían hacer un mayor esfuerzo por estar unidos. Más aún, si hubiera un verdadero desde de servicio a España, izquierda y derecha deberían tener muchos más puntos en común.
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