La sonrisa de Eduardo

No hay ataúd capaz de tapar una sonrisa. Y la de Eduardo Criado deslumbraba en la memoria de todos sus deudos, de los miles de amigos que este fin de semana han tenido que sacudir la cabeza repetidamente para tratar de desprenderse de esa reveladora lágrima en el ojo y, de paso, hacer un hueco en la mente a la idea de que el coronavirus se ha llevado por delante a una de las personas que más trabajó por la sanidad del Bierzo. Por la sanidad pública, para poner las cosas en su justo sitio. No puedo hablar como amigo, porque mi contacto con Eduardo no era tan estrecho ni hice méritos para pasar de ser un conocido que compartía, eso sí, un trato más cercano que el que nos proporcionaron las asépticas y espero que objetivas entrevistas que se le hicieron en esta casa. Pero sí puedo hablar por lo oído a sus fieles y estrechos amigos, que eran tantos como buenos bercianos pululan por el mundo. No hay ataúd que tape una sonrisa y es una gran verdad que, antes de recordar su charla afable, antes de rememorar sus muchas bondades, lo primero que evoca la imagen de Eduardo era una sonrisa amplia e imborrable, como ha demostrado lo ocurrido este fin de semana en su populosa despedida. Desgraciadamente, el virus tampoco entiende de caracteres y una sonrisa, por franca y galante que resulte, no vacuna ni protege contra su feroz ataque. Dicen que poner rostro a las víctimas de la pandemia nos ayudará a ser precavidos en nuestro manejo diario frente a su avance. El último favor que nos ha hecho Eduardo ha sido también sanitario, porque toda una comarca ha visto el dolor representado en él, con nombres, con apellidos, con una familia amplia y queridísima en la ciudad, y con el recuerdo de una sonrisa que nos ha hecho reflexionar sobre lo mucho que podemos perder en un momento de descuido.

Además de la sonrisa, la bandera del Bierzo cubría su ataúd. Por nacimiento, por crianza, por trabajo y por muchas otras virtudes, Eduardo se ha ido con honores de buen berciano. Gracias por todo lo que dejaste por aquí.