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La luna y las hogueras

19/10/2022
 Actualizado a 19/10/2022
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«No soy un hombre como los demás, amigo. He sido condenado por la suerte». Dice, Cesare Pavese por boca de Edipo. Uno tiene escritores que le acompañan durante toda la vida y conversa con ellos igual que se habla con los buenos amigos. Pavese escribió ‘La luna y las hogueras’. Yo podría escribir ‘Mi abuelo y las hogueras’. Mi infancia está llena de hogueras con mi abuelo. Hogueras que no me han abandonado, como tampoco lo ha hecho mi abuelo muerto. Sigo oyendo el crepitar de ramas, contemplando hipnotizado la maravilla de las primeras llamas, el olor de aquellos pequeños incendios, –amigos del hombre como lo son los perros–, igual que un perfume, el olor del humo me devuelve a aquellos años de pantalones cortos y postillas en las rodillas. Con mi abuelo todo era propicio para juntar los restos –las ramas del cierro del prao, el fruto de barrer y limpiar, el mínimo papel– y sacar el mechero. A veces le reñían a él y a nosotros nos decían que íbamos a mear la cama.

En casa de mis abuelos había gloria, como en las casas romanas. Había que bajar unos peldaños, se encendía el fuego y el aire caliente conocía los pasadizos para calentar el suelo de la casa. No he sentido calor más cálido en los pies descalzos, antes de vestirme para ir al colegio. Aquellos eran otros tiempos. Por la noche, calentaba el agua en un cazo y llenaba las botellas. Subíamos con botellas de agua caliente a dormir en aquellas camas de colchones de lana. La misma lana que en verano se extendía en el patio y se vareaba para que se aireara. No había frío capaz de atravesar aquellas mantas tan pesadas, el sueño estaba protegido en la trinchera del colchón en el que te hundías y desde los pies subía el calor del agua embotellada. Luego llegaron las bolsas de agua. Luego pusieron radiadores. Cambiaron los colchones. El futuro había llegado como una bola de demolición y no dejó en pie ni una piedra del pasado.

Son tan prometedores los futuros que confiamos en ellos sin reserva y abandonamos pasados como si fueran galgos que ya no sirven para correr tras de las liebres. Luego, a veces, el futuro resulta que no es como creíamos y tenemos que volver a un pasado, como se vuelve a un viejo amigo con quien injustamente, por un capricho, dejamos de hablar. No soy profeta, pero ya se está haciendo acopio de leña. No tiréis las botellas al contenedor. Quizás hagan falta para dormir calientes.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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