La autoridad siempre es necesaria, porque donde nadie manda todos mandan y donde todos mandan no manda nadie. Es muy fácil criticar a los políticos y seguro que no faltan razones para ello, pero los políticos son necesarios. Por lo tanto en principio es legítima la aspiración a mandar o gobernar. De la misma manera es justo que los ciudadanos puedan elegir a sus representantes, lo cual no quiere decir que siempre acierten.
Ahora bien, en la lucha por el poder no todo vale, ni siempre son éticas las motivaciones que llevan a buscar el poder ni los procedimientos para acceder a él. Precisamente en estas últimas semanas ha sido y está siendo noticia la pugna por alcanzar la dirección en distintos partidos políticos e incluso en el campo eclesiástico. Ahí está la confrontación entre Errejón e Iglesias, la competición entre Pedro, Patxi y Susana, o entre los aspirantes a dirigir el Partido Popular en diversas comunidades autónomas, o la elección del Presidente y otros cargos en la Conferencia Episcopal Española. Ciertamente, mirando el bien de España ode otros ámbitos territoriales más pequeños y de la Iglesia de España no es indiferente el que resulte elegido uno u otro candidato o candidata. La pregunta que podemos hacernos es si realmente buscan trabajar por el bien de las respectivas comunidades o si se busca solamente el interés propio y personal y el de los amigos y allegados o si lo que realmente se pretende es el bien común.
Suele darse la circunstancia de que a veces el más indicado para gobernar, el que mejor podría regentar determinada institución, es el que menos deseos tiene de asumir responsabilidades y que no siempre resultan elegidos los más competentes. De ahí que generalmente a quienes más hay que agradecer a los llamados ‘segundones’, a esos que no figuran en los primeros puestos pero con su labor callada y generalmente anónima resuelven los problemas, mientras que otros lo que hacen principalmente es figurar.
En realidad cuando alguien desea de verdad servir a los ciudadanos lo que más le importa es que los problemas de los ciudadanos se resuelvan, aunque sea otro quien lleve el protagonismo. Lo ideal es que el poder o la autoridad se conciban como un servicio desinteresado y no como una forma de vivir o de promocionarse uno a sí mismo. Desgraciadamente esto no es lo más frecuente y por eso la lucha por el poder a veces no tiene ningún escrúpulo. Ojalá fuera más bien la lucha por servir, aun a costa de perder más que ganar.

La lucha por el poder
21/03/2017
Actualizado a
16/09/2019
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